miércoles, enero 24, 2007

 

¡Un político español dice la verdad!

Vaya titular, ¡eh! Un político español dice la verdad

Juro que es la primera vez en 37 años de existencia que leo una entrevista con un político y me parece que está viviendo la misma Realidad que yo vivo. La protagonista (pues es del sexo femenino) es teniente de alcalde de Barcelona, por Izquierda Unida, y sus “polémicas” declaraciones vienen a cuenta de su defensa de los ocupas (para los latinoamericanos, los “sin tierra” de las ciudades, el movimiento que propugna “ocupar” los pisos y edificios vacíos, con los que se especula). Entre otras cosas, Inma Mayol se declara “antisistema”, una palabra muy denostada pero que yo reivindico fervientemente: ¿se puede estar a favor de un modo de relacionarnos tan injusto como el que padecemos? No os perdáis la información (ni los comentarios de la gente; está publicado en un diario muy muy de derechas y el grado de manipulación mental que sufren es…):

Comments:
que raro, por que siempre dicen barrabasadas.
Ya que dice la verdad, preguntenle ¿ quien cojones es la ETA?
¿Que será de Igor, segurá en la calle?
 
Pues yo le preguntaría acerca del Nesara y de los Iluminati (por el momento dejemos que Igor siga en la puta calle, después de todo ya lleva tres años ahi....)
 
Otra vez Indio mejicano, vuelves como ladilla a molestar.
 
Responderé de esta manera como Mexicano (no siendo el autor del mensaje referido) ya que haz tratado de ofender a los habitantes de México.
Cuando dices indios, si te refieres a los grupos autóctonos de mi país, me siento orgulloso y quisiera serlo, por que ellos son nuestras raíces, nuestra cultura, nuestra esencia y que hoy por hoy continúan siendo marginados por propios y extraños, como hoy tu lo haces verbalmente y com tus ancestros los hicieron (capitulo que esta cerrado).

Por otro lado al decirnos indios, reflejas la ignorancia de tus abuelos ( en ellos justificada) que pensaban haber llegado a la India, pero hoy en estos tiempos, en el siglo de las luces y próximos a una nueva era continuas con la misma idea , esto ya es una necedad. (triste tu caso) espero no reafirmes que Bilbao esta en Cataluña.
 
Mi estimado anónimo 3:33

Gracias por sincerarte ante todos nosotros...no cualquiera se anima a mostrar su miseria interna de la forma en que tú lo haces.

Para ello se requiere ser muy valiente, muy estúpido o las dos cosas....

¿Cuál será tu caso?
 
Vaya , parece que nuestro amigo se fué a ver al psiquiatra y que bueno, alguien como el seguro trata muy mal a los suyos y mas vale que lo curen antes de que les haga mas daño...


Pobre tipo, el solo hecho de tenerse que soportar a sí mismo las 24 hrs del día debe de ser una terrible tortura.
 
Reflexiones de un disidente judío sobre el sionismo
por Tim Wise
Así que es oficial. Estados Unidos se ha retirado de la Conferencia Mundial sobre Racismo, llevada a cabo en Durban, Sudáfrica. Y a pesar de que un observador cínico y con sentido histórico podría sospechar que esta decisión no hizo más que ser fiel a nuestra tradicional renuencia a enfrentar el legado del racismo a escala global, la explicación oficial es más acotada. A saber: una moción propuesta en medio de la conferencia, intentó registrar el malestar de varias delegaciones que están empujando resoluciones que condenan a Israel por su tratamiento a los palestinos, y condenando al sionismo mismo: (la ideología del nacionalismo judío que condujo a la fundación de Israel en 1948). Ya que la conferencia se apresura a una conclusión sin duda controversial, tal vez valdría la pena preguntarnos a qué se debe todo este barullo.

A pesar de que se puede discutir la afirmación hecha por algunos de que sionismo y racismo son sinónimos -especialmente dada la definición amorfa de "raza" que transforma una posición como ésa en una cuestión semántica, siempre y para siempre-, es difícil negar que el sionismo, en la práctica si no en teoría, representa al chauvinismo étnico, al etnocentrismo colonial y a la opresión nacional.

Al decir esto, puedo esperar cualquier cosa menos ser llamado hijo de Dios por muchos en la comunidad judía. Sospecho que el término que elegirá la mayoría será: "Odio por sí mismo", la típica respuesta pavloviana que se da a un judío como yo, que siendo judío, se atreve a criticar a Israel o a la ideología que subyace en su existencia como nación.

"Antisemita" será la otra etiqueta que me pondrán, a pesar del hecho de que el sionismo ha conducido a la opresión de pueblos semitas - la mayoría de los semitas palestinos-, tiene sus raíces en una profunda antipatía expresada aún por los mismos judíos. A pesar de que el sionismo se proclama a sí mismo un movimiento de gente fuerte y orgullosa, en realidad se trata de una ideología que ha rebosado de odio autoinfligido desde el principio. Realmente, los primeros sionistas creían, como premisa clave del movimiento, que los judíos éramos responsables de la opresión que habíamos soportado a través de los años, y que tal opresión era inevitable e imposible de vencer, por lo cual necesitábamos nuestro propio país.

Si no han leído las palabras de Theodore Herzl- el fundador del sionismo moderno- o de otros líderes sionistas, la mayoría de los lectores encontrará que esta afirmación es difícil de creer. Pero antes de atacarme, tal vez deberían preguntar quién dijo que el antisemitismo "es una reacción comprensible a los defectos judíos"; o que "cada país puede absorber solamente un número limitado de judíos, si no quiere tener problemas estomacales. Alemania ya tiene demasiados judíos".

Cualquiera podría inclinarse a atribuir estas frases a Adolph Hitler, ya que son merecedoras de su venenosa pluma, pero son, en realidad, comentarios hechos por Herzl y Chaim Weizmann. El primero llegó a ser presidente de Israel, y el segundo -en el momento en que hizo la segunda afirmación- jefe de la Organización Sionista Mundial. Así que en el panteón de los judíos que se odian a sí mismos parece que la crítica debería empezar por casa: por los sionistas.

Nunca, en mis días de escuela hebrea, comprendí el lazo que tenía la mayoría de mis pares, como a una máquina de diálisis, con Israel. Por un lado, nos decían que Dios había entregado la tierra a nuestra gente como parte de su convenio con Abraham. Esto lo sabíamos porque lo decían las Escrituras. Pero nunca tuvo mucho peso para mí. Después de todo, muchos cristianos -con quienes tenía una relación más que pasajera durante toda mi crianza en el sur- tenían mucho interés en señalarme que las Escrituras también decían (en su opinión) que yo me iría al infierno, a pesar de Abraham.

Como tal, aceptar el sionismo por lo que Dios dijo o dejó de decir, parecía arriesgado desde el vamos. Más aún: fue indudablemente el mismo Dios quien les dijo a los viejos hebreos que nunca usaran ropas tejidas con dos telas diferentes, y el que insistió en que quemáramos las entrañas de los animales que consumíamos en un altar, para crear un olor agradable. Siendo conocido por usar una mezcla de algodones y poliésteres libres de arrugas, y no teniendo la fortuna de destripar mis cenas e incinerar sus intestinos, hace mucho tiempo resolví reservarme el juicio sobre lo que Dios dijo o no dijo hasta el momento en que el Supremo decidiera susurrar sus deseos en mi oreja, personalmente. Las palabras del rabino no debían interferir.

Por otro lado, nos dijeron que necesitábamos una patria para prevenir otro holocausto. Sólo un Estado judío independiente podría conseguir la clase de unidad y protección que necesitaba un pueblo que había sufrido tanto, y había perdido seis millones de almas en manos del terror nazi.

Esto también me parece sospechoso. Después de todo, uno podría argumentar que si juntamos a los judíos en un solo lugar -especialmente una tierra tan pequeña como Palestina -el sueño del odio autoinfligido de los judíos se volvería realidad. Sería mucho más fácil terminar con la tarea que Hitler empezó. Es mejor, parecía entonces, y aún parece, tener fuertes comunidades judías en todo el mundo, que poner todos los huevos en la misma canasta, mejor que hacer las valijas y enfilar hacia un lugar donde ya vivía otra gente, esperando que no les cayera terriblemente mal que nosotros llegáramos y los expulsáramos de sus hogares.

En el análisis final, aceptar a Israel como un Estado judío por razones bíblicas no tiene para mí más sentido que aceptar una nación que se identifica a sí misma como cristiana o islámica, dos configuraciones que comprensiblemente llenan de miedo el corazón de cualquier judío. Y juntar a los judíos en Israel por razones de seguridad tampoco tiene sentido para mí. La única lógica del sionismo, entonces, parece ser la "lógica" cruda del poder: la del colonizador. Queríamos la tierra, y para lograrlo debíamos convertirnos en aliados de la política económica y la política exterior de Europa y de Estados Unidos. Así, aplicando presiones y golpeando con fuerza, nos hicimos de la tierra.

Casi 800.000 palestinos serían desplazados para permitir la creación de Israel; alrededor de 600.000 de ellos, de acuerdo con documentos internos de la Fuerza de Defensa Israelí, fueron expulsados por la fuerza de sus hogares. En esa época, estos palestinos, la mayoría de cuyas familias habían vivido en esa tierra durante centurias, constituían dos tercios de la población y poseían el 90% de la tierra. A pesar de que los sionistas afirmaban que Palestina era un lugar casi desierto, salvaje, antes del arribo de los judíos, anteriores colonos fueron más honestos. Como reconoció Ahad Ha´am en 1891:

"nosotros.... estamos acostumbrados a creer que Israel es un lugar casi desolado. Pero... no es así. En todo el país es difícil encontrar campos que no estén sembrados".

En realidad, la gran presencia palestina condujo a muchos sionistas a abogar abiertamente por su expulsión. El jefe del departamento de colonización de la Agencia Judía, afirmó: "no hay espacio para los dos pueblos en este país. No hay otra salida que transferir a los árabes a países vecinos, transferirlos a todos: que no quede ni una aldea, ni una tribu, nadie".

El mismo Herzl aceptó que el sionismo fue "un poco colonialista", indicando de nuevo que nosotros no estábamos descubriendo ni fundando nada. Lo estábamos tomando, y por razones que nunca aceptaríamos en otros. Como dijo Simon Peres -visto como uno de los líderes israelitas más amantes de la paz- en 1985: "la Biblia es el documento decisivo para determinar el destino de nuestra tierra". Ésta es la "esencia del fanatismo", eso es lo que hubiéramos dicho si esta afirmación la hubiese hecho un fundamentalista cristiano refiriéndose al destino de Estados Unidos, o cualquier otro país.

Es un hecho desafortunado que la mayoría de los judíos no hayan examinado los principios fundantes de esta ideología a la que adhieren. Porque si lo hicieran, podrían conmoverse al ver que tan anti-judío es verdaderamente el sionismo.. De tanto en tanto, los sionistas hasta han colaborado abiertamente con antisemitas, por razones de poder político.

Pensemos en Herzl, un hombre que creía que los judíos eran los culpables del antisemitismo y que, por lo tanto, sólo huyendo a Palestina estarían seguros. En El Estado Judío, él escribió:

"Toda nación en la que viven judíos es, encubierta, o abiertamente, antisemita. ... la causa inmediata es nuestra excesiva producción de intelectos mediocres, que no pueden encontrar salida hacia arriba o hacia abajo. Cuando nos hundimos, nos hacemos proletarios revolucionarios. Cuando estamos en alza, también está en alza el terrible poder de nuestra billetera".

Y hay afirmaciones como éstas: "los judíos están transportando las semillas del antisemitismo dentro de Inglaterra y ya las han introducido en Norteamérica". Si un no judío sugiriera que los judíos tienen la culpa del antisemitismo, nuestra comunidad se sentiría indignada. Pero cuando las mismas palabras vienen del padre del sionismo son aceptadas sin ningún comentario.

Aún peor: a principios del régimen de Hitler, la Federación Sionista de Alemania escribió al nuevo canciller, haciendo notar su deseo de "adaptar nuestra comunidad a estas nuevas estructuras" (es decir, a las leyes de Nuremberg que limitaban la libertad judía), ya que ellas "daban a la minoría judía... su propia vida cultural, su propia vida nacional".

Lejos de resistir el genocidio nazi , algunos sionistas colaboraron con él. Cuando los británicos concibieron un plan para permitir que miles de niños judíos alemanes entraran al Reino Unido para salvarlos del Holocausto, David Ben-Gurion, que llegaría a ser Primer Ministro israelí se resistió, explicando:

"Si yo supiera que es posible salvar a todos los niños de Alemania llevándolos a Inglaterra, y que llevándolos a Israel salvaría sólo a la mitad de ellos, elegiría la segunda alternativa".

Después, los sionistas israelíes harían alianzas otra vez con extremistas antijudíos. En la década de los setenta, Israel recibió al Primer Ministro Sudafricano John Vorster, y cultivó lazos económicos y militares con el estado del apartheid, a pesar de que Vorster había sido identificado como un colaborador nazi durante la Segunda Guerra Mundial. También Israel proveyó ayuda militar al régimen de Galtieri en Argentina, aun sabiendo que los generales fueron conocidos por proteger a exnazis en el país en el pasado, y que tenían en la mira a judíos argentinos para torturarlos y asesinarlos[1].

Realmente, el argumento de que sionismo es racismo encuentra seguidores en las afirmaciones de los mismos sionistas, muchos de los cuales han coincidido con la teoría hitleriana de que el judaísmo es una identidad racial al mismo tiempo que religiosa y cultural. En 1934, el sionista alemán Joachim Pinz, que después fue presidente del Congreso Judío Estadounidense, afirmó:

"Queremos que la asimilación sea reemplazada con una nueva ley: la declaración de pertenencia a la nación judía y a la raza judía. Un Estado construido sobre el principio de la pureza de nación y raza sólo puede ser honrado y respetado por los judíos que declaren su pertenencia a esa nación y esa raza".

Años después, David Ben-Gurión reconoció que el líder israelí Menachem Begin podía ser tachado de racista, pero hacerlo requeriría que uno "juzgara a todo el movimiento sionista, que está fundado en el principio de una presencia puramente judía en Palestina".

Las leyes que garantizaban privilegios especiales a los inmigrantes judíos de cualquier parte del mundo sobre los palestinos, cuyas familias había tenido la tierra durante generaciones, y las medidas tomadas para que la mayoría de la tierra fuera de posesión y uso exclusivamente judíos, no son sino dos ejemplos de legislación discriminatoria que ejemplifican el experimento sionista. Como deja en claro la Convención Internacional para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial, discriminación racista es:

"..cualquier distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en la raza, color, descendencia, origen étnico o nacional que tenga el propósito o efecto de anular o debilitar el reconocimiento, goce o ejercicio, en un pie de igualdad, de los derechos humanos y las libertades fundamentales, en el campo político, económico, social, cultural o cualquier otro campo de la vida pública."

Dada esta definición internacionalmente reconocida, no deberíamos sorprendernos de que, en una Conferencia Mundial sobre Racismo, algunos puedan sugerir que las políticas de nuestra gente en la tierra de Palestina se han ganado un lugar en la agenda. Por lo tanto, deberíamos aprovechar la oportunidad para comenzar un diálogo honesto, no sólo con los palestinos, sino también con nosotros mismos. Ni el chauvinismo, tan intrínseco al sionismo, ni el irónico odio por nosotros mismos que lo acompaña, son apropiados para un pueblo vital y fuerte. Así como una máquina de diálisis no sustituye un riñón saludable, el sionismo no es un sustituto adecuado para un judaísmo fuerte y saludable. Seguramente no fue para esta innoble finalidad que murieron seis millones de judíos.
 
Esta semana no ha enviado nada- pensó Marisa. -Debe haber salido de viaje, porque la semana pasada tampoco envió y nunca falla. Todos los jueves aparece Camerino con las cargas; ya no debe tardar-. Mientras meneaba las prendas y las seleccionaba una a una, para ponerlas en las canastillas que formaban una fila de historias de clientes hacia las lavadoras industriales, pensaba en qué cosas vería en esta ocasión. No lo conocía, pero la historia que se había hecho con respecto a él a partir de su ropa, le permitía saber qué tipo de persona podría ser.

A Marisa le gustaban las camisas que mandaba a lavar; se le hacía que tenía buen gusto, y había solicitado -vía Camerino- que los puños de aquellas con las que usaba mancuernillas tuvieran un planchado liso completo, y no doblado. "Es especial, mi muchacho".

Tenía ya dos años como cliente de la lavandería y lo primero que Marisa dedujo es que vivía solo; toda la ropa que llevaba era de hombre. Posteriormente comenzó a jugar tenis

-pantalones cortos blancos, playeras blancas y calcetas blancas-; solamente tenía dos juegos de sábanas: uno de azules y otro amarillo para una cama tamaño queen; le gustaba cocinar -el mandil siempre venía sucio- y los fines de semana solamente utilizaba mezclilla; los boxers eran largos y de colores con figuras y eso le hizo pensar que su muchacho era un hombre con mucha vida. Las tallas de la ropa eran las de un hombre alto y delgado, y a Marisa le gustaba oler las reminiscencias de la loción en la ropa mientras la seleccionaba y ponía especial cuidado en el planchado de las camisas.

Niña Marisa, aquí le traigo la ropa del patrón.

Ya lo esperaba, Camerino. No vino la semana pasada.

Es que salió de viaje y llego hasta ayer. ¿Paso por ella mañana?

Porfavorcito, don Came.

Pesó la ropa, hizo la nota y dejó que Camerino se fuera por la misma calle de siempre. Tomó las camisas que ya conocía y las apartó, para lavarlas por fuera, tallando puños y cuellos con especial cuidado y a mano. -Me lo debería agradecer, porque no me lo paga- dijo en voz alta con una sonrisa, hasta que reparó en una de ellas, perfectamente blanca y con un cuello italiano que ostentaba una mancha de lápiz labial; el inconfundible beso. Desenfrenada, olisqueó la prenda y encontró un aroma diferente al usual, mezcla de perfume y sexo de mujer, y a punto enloquecer removió toda la carga para buscar la repetición del aroma entre las sábanas. Lo encontró junto a las manchas que suelen dejar los amantes, y dos toallas sucias en lugar de una sola, como era su costumbre. No había duda: se fue de viaje, y con esa puta. Rasgó la camisa con los dientes y con su propio bilé hizo un círculo alrededor del beso pintado y apartó la camisa para devolverla así al día siguiente a su dueño, mezclada entre toda la ropa limpia. Era un mensaje que le estaba enviando a la mujer por la que la habían cambiado.

Esperó toda la semana la reclamación que no llegó. En su lugar, apareció Camerino de nuevo, como si nada. En la carga, dos camisas nuevas que Marisa no había visto antes, y que le irritó ver manchadas una vez más.

-Se divierte, mi muchacho- y devolvió las prendas de igual forma que en la ocasión anterior: rasgadas y con los besos encerrados en círulos de lápiz labial. Con el empaque en la bolsa de plástico, Camerino no se daría cuenta del ultraje del que habían sido objeto. Esperó nuevamente y de nuevo camisas y boxers y calcetines venían cada vez más marcados, y camisas y boxers y calcetines -todos nuevos- regresaban rasgados a su propietario. El colmo fueron los shorts de tenis: unos labios carmín intenso se habían posado ostensiblemente sobre la zona franca, blanca e inconfundible donde reposa el pene. "Esto ya es una provocación de la puta esa. ¿Quién se crée?"

Decidió romper el protocolo establecido y buscarlo, para dar con ella. La dirección en la nota que Camerino siempre dejaba era Fátima 36-6. Era curioso. Le llamó la atención no haber reparado antes en ese detalle.

Al cerrar el negocio, Marisa se dirigió hacia la dirección a dos cuadras de allí. Encontró una casa sola en el lugar donde esperaba ver el edificio donde tocaría en el departamento marcado con el No. 6. Ante el fracaso se rindió y se fue a casa.

A la semana siguiente, apareció Camerino con la carga y en esta ocasión el hayazgo fue devastador: un liguero morado con vivos blancos de seda, un baby-doll negro con dorado y un par de medias igualmente negras y cuyas rasgaduras denotaban la virulencia del juego erótico de su amado.

Miró de nuevo la nota y la dirección era la misma. No se había equivocado, y al llegar a la puerta de la casa y preguntar por el susodicho departamento -no quería dudar más- pensaron que se trataba de una broma y no abrieron siquiera el zaguán.

Poco a poco la ropa de mujer comenzó a aparecer cada vez más entre las cargas que jueves con jueves Marisa se empeñaba en deshacer y que reaparececían con nuevas cosas, mejores y más caras, y con manchas hechas cada vez con menos pudor. Y el control de la vida de su amante, que tan meticulosamente llevaba a través de sus prendas, se le escurría por entre las manos sin que pudiera hacer nada. La ilusión con que esperaba los jueves se convirtió en desasosiego, en angustia incontrolable y que se transformaba en una rabia inaudita a la que le daba salida en la deshechura de la ropa.

Decidida a encontrarle sin preguntarle a Camerino, que sería lo más sencillo, pero no quería despertar sospecha alguna, revisó las notas anteriores. Las direcciones cambiaban cada dos meses: Filántropos 3-3, Florencia 14-4, Filadelfia 235-5, Fátima 36-6, y en todos los casos eran casas relativamente nuevas donde antes había habido edificios, y donde los vecinos de las propiedades de junto recordaban haber visto a un individuo como lo describiera su febril imaginación, a través de las pocas señales que le había dado un montón de ropa, pero las casas tenían años de haber sido construídas.

Ese jueves de frío intenso, Marisa abrió la bolsa de Camerino como de costumbre y también como de costumbre encontró lo que ya sabía: las camisas nuevas de siempre, ahora totalmente ensangrentadas y rasgadas, y la ropa de mujer con ese olor eterno a mezcla de sexo, loción y tabaco venían desde su amante secreto, pero con una variante: reconoció el menaje. Era su propia ropa interior que había utilizado el día anterior.
 
Esta semana no ha enviado nada- pensó Marisa. -Debe haber salido de viaje, porque la semana pasada tampoco envió y nunca falla. Todos los jueves aparece Camerino con las cargas; ya no debe tardar-. Mientras meneaba las prendas y las seleccionaba una a una, para ponerlas en las canastillas que formaban una fila de historias de clientes hacia las lavadoras industriales, pensaba en qué cosas vería en esta ocasión. No lo conocía, pero la historia que se había hecho con respecto a él a partir de su ropa, le permitía saber qué tipo de persona podría ser.

A Marisa le gustaban las camisas que mandaba a lavar; se le hacía que tenía buen gusto, y había solicitado -vía Camerino- que los puños de aquellas con las que usaba mancuernillas tuvieran un planchado liso completo, y no doblado. "Es especial, mi muchacho".

Tenía ya dos años como cliente de la lavandería y lo primero que Marisa dedujo es que vivía solo; toda la ropa que llevaba era de hombre. Posteriormente comenzó a jugar tenis

-pantalones cortos blancos, playeras blancas y calcetas blancas-; solamente tenía dos juegos de sábanas: uno de azules y otro amarillo para una cama tamaño queen; le gustaba cocinar -el mandil siempre venía sucio- y los fines de semana solamente utilizaba mezclilla; los boxers eran largos y de colores con figuras y eso le hizo pensar que su muchacho era un hombre con mucha vida. Las tallas de la ropa eran las de un hombre alto y delgado, y a Marisa le gustaba oler las reminiscencias de la loción en la ropa mientras la seleccionaba y ponía especial cuidado en el planchado de las camisas.

Niña Marisa, aquí le traigo la ropa del patrón.

Ya lo esperaba, Camerino. No vino la semana pasada.

Es que salió de viaje y llego hasta ayer. ¿Paso por ella mañana?

Porfavorcito, don Came.

Pesó la ropa, hizo la nota y dejó que Camerino se fuera por la misma calle de siempre. Tomó las camisas que ya conocía y las apartó, para lavarlas por fuera, tallando puños y cuellos con especial cuidado y a mano. -Me lo debería agradecer, porque no me lo paga- dijo en voz alta con una sonrisa, hasta que reparó en una de ellas, perfectamente blanca y con un cuello italiano que ostentaba una mancha de lápiz labial; el inconfundible beso. Desenfrenada, olisqueó la prenda y encontró un aroma diferente al usual, mezcla de perfume y sexo de mujer, y a punto enloquecer removió toda la carga para buscar la repetición del aroma entre las sábanas. Lo encontró junto a las manchas que suelen dejar los amantes, y dos toallas sucias en lugar de una sola, como era su costumbre. No había duda: se fue de viaje, y con esa puta. Rasgó la camisa con los dientes y con su propio bilé hizo un círculo alrededor del beso pintado y apartó la camisa para devolverla así al día siguiente a su dueño, mezclada entre toda la ropa limpia. Era un mensaje que le estaba enviando a la mujer por la que la habían cambiado.

Esperó toda la semana la reclamación que no llegó. En su lugar, apareció Camerino de nuevo, como si nada. En la carga, dos camisas nuevas que Marisa no había visto antes, y que le irritó ver manchadas una vez más.

-Se divierte, mi muchacho- y devolvió las prendas de igual forma que en la ocasión anterior: rasgadas y con los besos encerrados en círulos de lápiz labial. Con el empaque en la bolsa de plástico, Camerino no se daría cuenta del ultraje del que habían sido objeto. Esperó nuevamente y de nuevo camisas y boxers y calcetines venían cada vez más marcados, y camisas y boxers y calcetines -todos nuevos- regresaban rasgados a su propietario. El colmo fueron los shorts de tenis: unos labios carmín intenso se habían posado ostensiblemente sobre la zona franca, blanca e inconfundible donde reposa el pene. "Esto ya es una provocación de la puta esa. ¿Quién se crée?"

Decidió romper el protocolo establecido y buscarlo, para dar con ella. La dirección en la nota que Camerino siempre dejaba era Fátima 36-6. Era curioso. Le llamó la atención no haber reparado antes en ese detalle.

Al cerrar el negocio, Marisa se dirigió hacia la dirección a dos cuadras de allí. Encontró una casa sola en el lugar donde esperaba ver el edificio donde tocaría en el departamento marcado con el No. 6. Ante el fracaso se rindió y se fue a casa.

A la semana siguiente, apareció Camerino con la carga y en esta ocasión el hayazgo fue devastador: un liguero morado con vivos blancos de seda, un baby-doll negro con dorado y un par de medias igualmente negras y cuyas rasgaduras denotaban la virulencia del juego erótico de su amado.

Miró de nuevo la nota y la dirección era la misma. No se había equivocado, y al llegar a la puerta de la casa y preguntar por el susodicho departamento -no quería dudar más- pensaron que se trataba de una broma y no abrieron siquiera el zaguán.

Poco a poco la ropa de mujer comenzó a aparecer cada vez más entre las cargas que jueves con jueves Marisa se empeñaba en deshacer y que reaparececían con nuevas cosas, mejores y más caras, y con manchas hechas cada vez con menos pudor. Y el control de la vida de su amante, que tan meticulosamente llevaba a través de sus prendas, se le escurría por entre las manos sin que pudiera hacer nada. La ilusión con que esperaba los jueves se convirtió en desasosiego, en angustia incontrolable y que se transformaba en una rabia inaudita a la que le daba salida en la deshechura de la ropa.

Decidida a encontrarle sin preguntarle a Camerino, que sería lo más sencillo, pero no quería despertar sospecha alguna, revisó las notas anteriores. Las direcciones cambiaban cada dos meses: Filántropos 3-3, Florencia 14-4, Filadelfia 235-5, Fátima 36-6, y en todos los casos eran casas relativamente nuevas donde antes había habido edificios, y donde los vecinos de las propiedades de junto recordaban haber visto a un individuo como lo describiera su febril imaginación, a través de las pocas señales que le había dado un montón de ropa, pero las casas tenían años de haber sido construídas.

Ese jueves de frío intenso, Marisa abrió la bolsa de Camerino como de costumbre y también como de costumbre encontró lo que ya sabía: las camisas nuevas de siempre, ahora totalmente ensangrentadas y rasgadas, y la ropa de mujer con ese olor eterno a mezcla de sexo, loción y tabaco venían desde su amante secreto, pero con una variante: reconoció el menaje. Era su propia ropa interior que había utilizado el día anterior.
 
Esta semana no ha enviado nada- pensó Marisa. -Debe haber salido de viaje, porque la semana pasada tampoco envió y nunca falla. Todos los jueves aparece Camerino con las cargas; ya no debe tardar-. Mientras meneaba las prendas y las seleccionaba una a una, para ponerlas en las canastillas que formaban una fila de historias de clientes hacia las lavadoras industriales, pensaba en qué cosas vería en esta ocasión. No lo conocía, pero la historia que se había hecho con respecto a él a partir de su ropa, le permitía saber qué tipo de persona podría ser.

A Marisa le gustaban las camisas que mandaba a lavar; se le hacía que tenía buen gusto, y había solicitado -vía Camerino- que los puños de aquellas con las que usaba mancuernillas tuvieran un planchado liso completo, y no doblado. "Es especial, mi muchacho".

Tenía ya dos años como cliente de la lavandería y lo primero que Marisa dedujo es que vivía solo; toda la ropa que llevaba era de hombre. Posteriormente comenzó a jugar tenis

-pantalones cortos blancos, playeras blancas y calcetas blancas-; solamente tenía dos juegos de sábanas: uno de azules y otro amarillo para una cama tamaño queen; le gustaba cocinar -el mandil siempre venía sucio- y los fines de semana solamente utilizaba mezclilla; los boxers eran largos y de colores con figuras y eso le hizo pensar que su muchacho era un hombre con mucha vida. Las tallas de la ropa eran las de un hombre alto y delgado, y a Marisa le gustaba oler las reminiscencias de la loción en la ropa mientras la seleccionaba y ponía especial cuidado en el planchado de las camisas.

Niña Marisa, aquí le traigo la ropa del patrón.

Ya lo esperaba, Camerino. No vino la semana pasada.

Es que salió de viaje y llego hasta ayer. ¿Paso por ella mañana?

Porfavorcito, don Came.

Pesó la ropa, hizo la nota y dejó que Camerino se fuera por la misma calle de siempre. Tomó las camisas que ya conocía y las apartó, para lavarlas por fuera, tallando puños y cuellos con especial cuidado y a mano. -Me lo debería agradecer, porque no me lo paga- dijo en voz alta con una sonrisa, hasta que reparó en una de ellas, perfectamente blanca y con un cuello italiano que ostentaba una mancha de lápiz labial; el inconfundible beso. Desenfrenada, olisqueó la prenda y encontró un aroma diferente al usual, mezcla de perfume y sexo de mujer, y a punto enloquecer removió toda la carga para buscar la repetición del aroma entre las sábanas. Lo encontró junto a las manchas que suelen dejar los amantes, y dos toallas sucias en lugar de una sola, como era su costumbre. No había duda: se fue de viaje, y con esa puta. Rasgó la camisa con los dientes y con su propio bilé hizo un círculo alrededor del beso pintado y apartó la camisa para devolverla así al día siguiente a su dueño, mezclada entre toda la ropa limpia. Era un mensaje que le estaba enviando a la mujer por la que la habían cambiado.

Esperó toda la semana la reclamación que no llegó. En su lugar, apareció Camerino de nuevo, como si nada. En la carga, dos camisas nuevas que Marisa no había visto antes, y que le irritó ver manchadas una vez más.

-Se divierte, mi muchacho- y devolvió las prendas de igual forma que en la ocasión anterior: rasgadas y con los besos encerrados en círulos de lápiz labial. Con el empaque en la bolsa de plástico, Camerino no se daría cuenta del ultraje del que habían sido objeto. Esperó nuevamente y de nuevo camisas y boxers y calcetines venían cada vez más marcados, y camisas y boxers y calcetines -todos nuevos- regresaban rasgados a su propietario. El colmo fueron los shorts de tenis: unos labios carmín intenso se habían posado ostensiblemente sobre la zona franca, blanca e inconfundible donde reposa el pene. "Esto ya es una provocación de la puta esa. ¿Quién se crée?"

Decidió romper el protocolo establecido y buscarlo, para dar con ella. La dirección en la nota que Camerino siempre dejaba era Fátima 36-6. Era curioso. Le llamó la atención no haber reparado antes en ese detalle.

Al cerrar el negocio, Marisa se dirigió hacia la dirección a dos cuadras de allí. Encontró una casa sola en el lugar donde esperaba ver el edificio donde tocaría en el departamento marcado con el No. 6. Ante el fracaso se rindió y se fue a casa.

A la semana siguiente, apareció Camerino con la carga y en esta ocasión el hayazgo fue devastador: un liguero morado con vivos blancos de seda, un baby-doll negro con dorado y un par de medias igualmente negras y cuyas rasgaduras denotaban la virulencia del juego erótico de su amado.

Miró de nuevo la nota y la dirección era la misma. No se había equivocado, y al llegar a la puerta de la casa y preguntar por el susodicho departamento -no quería dudar más- pensaron que se trataba de una broma y no abrieron siquiera el zaguán.

Poco a poco la ropa de mujer comenzó a aparecer cada vez más entre las cargas que jueves con jueves Marisa se empeñaba en deshacer y que reaparececían con nuevas cosas, mejores y más caras, y con manchas hechas cada vez con menos pudor. Y el control de la vida de su amante, que tan meticulosamente llevaba a través de sus prendas, se le escurría por entre las manos sin que pudiera hacer nada. La ilusión con que esperaba los jueves se convirtió en desasosiego, en angustia incontrolable y que se transformaba en una rabia inaudita a la que le daba salida en la deshechura de la ropa.

Decidida a encontrarle sin preguntarle a Camerino, que sería lo más sencillo, pero no quería despertar sospecha alguna, revisó las notas anteriores. Las direcciones cambiaban cada dos meses: Filántropos 3-3, Florencia 14-4, Filadelfia 235-5, Fátima 36-6, y en todos los casos eran casas relativamente nuevas donde antes había habido edificios, y donde los vecinos de las propiedades de junto recordaban haber visto a un individuo como lo describiera su febril imaginación, a través de las pocas señales que le había dado un montón de ropa, pero las casas tenían años de haber sido construídas.

Ese jueves de frío intenso, Marisa abrió la bolsa de Camerino como de costumbre y también como de costumbre encontró lo que ya sabía: las camisas nuevas de siempre, ahora totalmente ensangrentadas y rasgadas, y la ropa de mujer con ese olor eterno a mezcla de sexo, loción y tabaco venían desde su amante secreto, pero con una variante: reconoció el menaje. Era su propia ropa interior que había utilizado el día anterior.
 
En el otoño de 1298, Marco Polo, prisionero de guerra veneciano de edad mediana, estaba en una cárcel genovesa. Pasaba el tiempo contando un extraordinario viaje que había hecho en otro tiempo. Las noticias sobre su pasado corrieron por Génova y la gente empezó a acudir a la prisión para oírle hablar de las legendarias tierras del gran Kublai Kan , emperador de los mongoles. Salpicaban sus relatos los templos dorados, las minas de rubíes y otras maravillas que había visto en sus viajes por el Oriente, así como los suntuosos palacios y la deslumbrante vida cortesana del Gran Kan, que sobrepujaba en refinamiento y elegancia todo lo conocido en la Europa medieval.

Entre los compañeros de cárcel de Marco estaba un tal Rustichello, escritor profesional de novelas nativo de Pisa. Tan cautivado como los demás con aquellas aventuras, persuadió a Marco de que pidiera a Venecia los libros de notas que había compilado para Kublai. Aprovechando aquellas historias y notas y agregando uno que otro embellecimiento literario de su cosecha,

Rustichello completó un manuscrito sobre los viajes precisamente antes de la liberación de Polo en 1299. Poco despu¿s se hicieron varias traducciones que circularon por Europa. El libro empezó llamándose sencillamente Descripción del mundo, pues no era otra cosa y cubría más comarcas que ninguna otra obra de entonces. Pero no tardó en ser conocido como El libro del millón de maravillas del mundo, porque aludía burlonamente a las grandes cifras que daba Polo al mencionar los ingresos y riquezas del Kan. Aunque hubo muchos lectores incrédulos, la narración de Polo despertó la admiración europea, que duraría siglos, hacia las riquezas y maravillas del fabuloso Lejano Oriente.

En el siglo Xlll, a medida que iba saliendo del aislamiento de la Edad Media, Europa se entregaba con afán a un comercio creciente -aparte de las guerras- en el Cercano Oriente. Su población en rápido aumento y su desarrollo urbano habían incrementado la demanda de bienes, y como los señores feudales desdeñaban el comercio, surgió una nueva clase media de mercaderes en las villas y ciudades. Ninguna más propicia para las empresas comerciales que Venecia, situada de modo ideal en el Adriático, vuelta hacia el este. Fue en aquella ciudad próspera y refinada donde nació Marco Polo en 1254.

Unos meses antes del nacimiento de Marco, su padre Nicolo y su tío Maffeo, mercaderes de joyas, emprendieron un viaje de negocios a Constantinopla. Los años transcurrían, y el comercio impulsaba a los Polo hacia oriente, hasta que llegaron a Bújara, muy adentro de las tierras gobernadas por los mongoles, o tártaros, como los europeos solían llamarlos. Allí pasaron los Polo tres años, temerosos de moverse, ya que la región estaba infestada de partidas de guerreros y de bandidos. Al fin, el enviado de un potentado local invitó a Nicolo y a Maffeo a acompañarlo a la corte de Kublai Kan en China. Los Polo aceptaron el ofrecimiento de aquel sefíor, pues advirtieron en el acto la oportunidad única de emprender el comercio directo con el Lejano Oriente, evitando los intermediarios árabes y persas, y dichosos de salir de Bújara sin problemas.

En 1265, después de un arduo viaje de un año, Nicolo y Maffeo fueron recibidos por Kublai, nieto del gran constructor del imperio, Gengis, y el emperador más poderoso que el mundo hubiera conocido. En los 20 años anteriores los habían precedido otros europeos -mercaderes y frailes- en territorio mongol, pero Nicolo y Maffeo Polo eran los primeros que visitaban China y eran presentados en la corte imperial.

Curioso acerca del mundo entero, Kublai mostró interés en el cristianismo, acaso por razones políticas. Cuando los Polo iban a partir, les pidió que llevaran una carta al Papa, solicitando que enviara 100 sabios sacerdotes a la corte mongol. Invitó cordialmente a los hermanos a que volvieran a China con aquellos hombres y les dio una tablilla de oro inscrita que les garantizaría el retorno seguro a su patria.

En 1269, los Polo estaban de vuelta en Venecia. Sólo entonces supo Nicolo que su esposa había muerto después de dar a luz a un hijo, Marco, al que había encomendado a unos parientes. Marco, con sus 15 años, era un muchacho bueno y listo, y Nicolo decidió llevarlo consigo cuando regresara a la corte de Kublai.

Dos años después, Marco salió por mar de Venecia con su padre y su tío, rumbo a Catay, es decir China, viaje que representa un tercio de vuelta al mundo. En Ayas, puerto al sudeste de Turquía, los Polo organizaron una pequeña caravana con camellos, caballos y servidumbre. Hechos los preparativos, iniciaron la marcha, que habría de poner a prueba su valor y su resistencia física. Ante ellos se dilataba toda Asia.

Los esfuerzos del Papa para satisfacer la solicitud de KubIai habían fracasado: no cien, sino sólo dos frailes se decidieron a unirse a los Polo. Pero ahora, ya en camino, a los religiosos los sobrecogió el pánico y temieron por su seguridad. Fingiéndose enfermos, volvieron atrás y los venecianos siguieron solos.

Marco, joven serio, amante de la naturaleza, empezó a llevar un diario de la expedición. Como tenía habilidad para las cosas prácticas y los negocios, así como una mente impresionable, viva e indagadora, no se extendió acerca de las molestias personales del largo viaje, sino que sólo consignó todo lo que le parecía extraño y maravilloso: "fuentes" de petróleo, exóticas aves de caza, salinas, feroces puerco espines y minas de rubíes, entre otras muchas cosas.

Con la esperanza de evitar las regiones donde los cruzados y los musulmanes seguían peleando, la pequeña caravana se dirigió al norte. Al ir llegando al mar Negro, torcieron al este, pasaron cerca del monte Ararat, donde se creía que había encallado el arca de Noé, y se internaron en las colinas de Georgia. Todo este territorio era familiar a los mercaderes europeos, pero no a Marco, y lo sorprendió la vista de un manantial del que brotaban grandes cantidades de petróleo, un aceite que no se usaba como alimento -añadía-, sino como ungüento para tratar la sarna del hombre y el camello y para quemarlo en lámparas. Los mesopotamios y los persas usaban desde hacía mucho el aceite fósil o petróleo para alumbrarse y calentarse, pero para un europeo medieval aquello era cosa nueva, pues lo mismo que los romanos y los egipcios, empleaban con tales fines el aceite de oliva, menos eficaz.

Los Polo entraron en Irán y se detuvieron en Saba, de donde habían partido los Reyes Magos siguiendo la estrella hacia Belén. Marco oyó contar que sus cuerpos estaban perfectamente preservados en una tumba y trató en vano de averiguar algo más.

Los Polo habían llegado a una región remota y poco accesible, y las incomodidades y riesgos del viaje eran grandes. La caravana apenas recorría de 16 a 30 kilómetros al día, por helados pasos entre montañas, desiertos pedregosos y cuencas de sal ardiente, donde la única agua potable era de un verde bilioso. Al llegar a Kermán, los Polo pensaron continuar a China por mar, de modo que torcieron al sur, hacia Ormuz, puerto del golfo Pérsico. De camino, pasaron por pueblos ocultos detrás de altas paredes de barro para protegerse de los karaunas, notorios merodeadores. De pronto, los karaunas cayeron sobre la caravana en medio de una tempestad de polvo cegadora. Marco relata que aquellos bandidos habían "adquirido el conocimiento de las artes mágicas y diabóliIicas, merced a las cuales producen oscuridad . . . , [de suerte que] las personas no pueden verse unas a otras, de no estar muy cerca". Tuvo la fortuna de escapar, con su padre y su tío, y de dar con un pueblo, pero muchos de sus compañeros fueron "capturados y vendidos, y otros fueron muertos". Marco, con la moderación que lo caracteriza, concluye: "Pasemos ahora a otras cosas."

Por fin, los Polo llegaron a Ormuz, de clima bochornoso, pero les bastó echar una ojeada a las frágiles naves, de planchas "cosidas" con fibras de cocotero, para cambiar de opinión a propósito del viaje por mar, y regresaron a Kermán. Tomaron la Ruta de la Seda, que los condujo a Balj, al norte de Afganistán.

Balj había sido una ciudad de palacios de mármol, capital de la antigua Bactriana, donde Alejandro Magno casó con la hija del rey persa Darío. Pero los venecianos la encontraron convertida en ruinas calcinadas, 50 años después de haber sido arrasada por Gengis Kan.

Los Polo dejaron Balj atrás y pasaron a Badajshán, provincia montañosa al norte del Hindu Kush, donde las mujeres se rellenaban las caderas para aumentar su atractivo, y había minas de rubíes y del mejor lapislázuli del mundo. Marco consigna: "En esta provincia nacen las piedras preciosas llamadas balax, que son bellas y de gran valor. Nacen en las rocas de la montaña . . . El rey la manda horadar sólo para él, y nadie puede ir a esa montaña para buscar los balax, so pena de muerte; tampoco se pueden sacar del país ... porque si el rey permitiera extraerlas, llegarían a abundar tanto que perderían su valor."

La región era también famosa por su clima salubre. "En las cimas de las montañas el aire es tan puro y saludable, que es conocido por restaurar la salud." Marco lo atestiguó por experiencia propia, pues "luego de estar confinado por enfermedad durante casi un aiío en esta comarca", le recomendaron subir a las colinas, y se curó.

Partidos de Badajshán, los Polo cruzaron Cachemira por la meseta de Pamir. Marco habla de "carneros salvajes muy grandes, cuyos cuernos miden sus buenos seis palmos. Con estos cuernos hacen los pastores grandes cuencos para comer". Estos notables animales, llamados carneros de Marco Polo, siguen siendo una caza mayor muy estimada.

Los Polo siguieron su camino por la meseta de 3600 metros de altitud. Está enclavada entre cordilleras tan altas "que no se ven pájaros por las cumbres" y los fuegos "no dan el mismo calor que a menor altura".

De las montañas descendieron al Sinkiang, región templada con oasis verdeantes y calcedonia y jaspe en los lechos de los ríos. Llegados a Lop, se dispusieron a cruzar el sur del desierto de Takla Makan. Según Marco, tcquienes se proponen cruzar el desierto descansan una semana en esta ciudad para cobrar fuerza y disponerse para la jornada, cargando con provisiones para un mes".

"La longitud del desierto es tal, que se dice que llevaría un año o más cabalgar de un cabo al otro. Aquí, donde es más angosto, se tarda un mes en atravesarlo." El desierto de Takla Makan tenía fama de ser morada de espíritus malignos que arrastraban a los viajeros a la destrucción, llamándolos por su nombre y adoptando la

apariencia de sus compañeros. Los Polo tomaron precauciones y cruzaron felizmente un desierto traicionero debido a sus arenas susurrantes y a sus espejismos producidos por las ondas térmicas.

Durante varias semanas bordearon los límites meridionales del desierto de Gobi. Llegaron a Kumul y penetraron en Mongolia, ya al oriente de Asia. Viajaban ahora por regiones habitadas por tártaros. Marco anotaba todo lo que veía, u oía, desde el auténtico origen del amianto (que los europeos medievales creían que era lana de salamandra), hasta una gigantesca estatua yacente de Buda. Realizó asimismo una de las primeras observaciones exactas acerca de los mongoles:

"Los tártaros prósperos se visten con paños de oro y seda, con pieles de cibelina, de armiño y de otros animales, siempre de la manera más rica.

"Son valientes en la batalla, casi hasta la temeridad ... Soportan toda suerte de privaciones, y [si es preciso] pueden vivir un mes entero de la leche de sus yeguas y de las piezas que por azar lleguen a cazar ... Los varones

aprenden a pasar a caballo dos días con sus noches, sin desmontar; así duermen mientras los caballos pacen. No hay pueblo en el mundo que los supere en fortaleza ante las dificultades, ni de mayor paciencia en las penurias de toda especie ...

"Si las circunstancias lo imponen. . ., pueden viajar diez días sin encender una hoguera ni comer como es debido. Se alimentan de la sangre de sus caballos; les abren una vena y beben de sus propias monturas."

Los Polo se acercaban a su destino. Habían recorrido unos 13 000 kilómetros de terreno difícil en los tres años y medio transcurridos desde su salida de Venecia. Advertido de su llegada, el Gran Kan "mandó salir a su encuentro, y dio órdenes para que en todos los lugares por donde pasaran se les proporcionase todo lo necesarios.

Por fin, en el verano de 1275, entraron los Polo en la ciudad mongol de Shangtu. El espléndido palacio veraniego del Kan, de piedra y mármol, ocupaba 41 kilómetros cuadrados de parque, regado por muchos riachuelos y poblado de ciervos y otros animales de caza, que el monarca cazaba con guepardos y halcones. Sentado en un enorme salón dorado, esperaba a los Polo uno de los gobernantes más notables de la historia. Su imperio, el mayor que el mundo ha visto, se dilataba desde Hungría hasta la costa de China. Kublai Kan, que tenía alrededor de 60 años, era un hombre bien constituido, de estatura mediana, con las mejillas encendidas y los ojos "negros y bellos". Su figura, ataviado con una túnica de seda que los bordados de oro atiesaban, era imponente. Cuando Nicolo presentó a Marco como "vuestro servidor y mi hijo", el Kan replicó: "Que sea bien venido, y mucho me complace."

Shangtu era la residencia veraniega del Kan. La capital principal de Kublai estaba a unos 300 kilómetros al sur, en Kambalik (el Pekín actual). Era una ciudad más espléndida que Shangtu, con palacios de mayor magnificencia aún. A fines de agosto, Kublai y su corte volvieron a Kambalik, y los Polo fueron también.

Miembro del séquito del Kan, Marco conoció íntimamente la casa imperial. Kublai vivía con refinada suntuosidad. Había adoptado muchas costumbres chinas y recibía a sus invitados al estilo chino más grandioso. En los banquetes, donde a menudo había miles de comensales, se servían por lo menos 40 platos de carnes y pescados, 20 variedades de verduras, 40 clases de frutas y dulces y enormes cantidades de leche y vino de arroz.

Kublai tenía cuatro esposas legítimas, cada una con una corte de 10 000 personas. Todas ellas tenían el título de emperatrices y en las ceremonias oficiales una de ellas ocupaba un lugar de honor junto al Kan. Kublai tenía además centenares de concubinas, y cada par de años adquiría 30 ó 40 más. Marco se enteró de que eran cuidadosamente seleccionadas en cuanto a belleza, y observó que "duermen tranquilamente, no roncan, tienen aliento dulce y están libres de olores desagradables". Los padres consideraban un honor que sus hijas fueran elegidas, pues muchas veces el Kan daba sus concubinas por esposas a los nobles de la corte.

También servía al Kan un cuerpo de diabólicos astrólogos. Marco Polo se refiere a ellos con gran desaproba ción: "Se muestran en un estado sucio e indecente Por añadidura, son adictos a la horrenda práctica de asar y devorar el cuerpo de los condenados a muerte Tan peritos son en su infernal arte, que puede decirse que hacen lo que quieren, y mencionaré un caso, aunque se sale de los límites de lo creíble. Cuando el Gran Kan está comiendo en su salón la mesa que hay en el centro se halla a una altura de ocho codos*, y a cierta distancia hay un aparador grande, donde están dispuestas todas las vasijas para beber. Pues bien, por obra de su arte sobrenatural, hacen que las vasijas de vino, leche o cualquier otra bebida llenen las tazas espontáneamente, sin que las toquen los sirvientes y las copas recorren por el aire diez pasos hasta la mano del Gran Kan. Cuando las ha apurado, regresan al lugar de donde vinieron.

Aquellos brujos de quienes se contaba que controlaban el estado atmosférico, impresionaban tanto al Kan, que dijo a los Polo que el cristianismo no le interesaría a menos que contara con análogos hacedores de milagros.

Igualmente mágica, para ojos occidentales, era la administración del vasto imperio del Kan. Sus 34 provincias estaban gobernadas por 12 barones responsables sólo ante el Kan. Un complejo sistema de cómodas postas, separadas por unos 40 kilómetros, con caballos veloces y ligeros, enlazaba las provincias con la capital y aseguraba que las órdenes del Kan fuesen prontamente ejecutadas. La red de comunicaciones era tan eficiente que un mismo correo llegaba a recorrer 400 kilómetros en un día, y "en la estación de las frutas, lo que es recolectado por la mañana en Kambalik, le llega a la tarde del día siguiente al Gran Kan en Shangtu, aunque la distancia suele considerarse de diez jornadas".

Los viajeros no tenían dificultades con la moneda en la mayor parte del imperio. Los billetes impresos en la casa de moneda del Kan en Kambalik eran aceptados por doquier, salvo en el lejano sur y el lejano oeste del imperio. Marco Polo describió cómo unos artesanos hacían los billetes: "Toman la membrana que hay entre la corteza y el tronco. Remojada y machacada en un mortero hasta quedar reducida a pulpa, se hace con ella un papel. Lo hacen cortar en trozos de varios tamaños, casi cuadrados. . . El funcionario principal, después de mojar en bermellón el sello real, sella cada trozo de papel ... La falsificación es castigada con la pena de muerte." Transcurrirían 600 años antes de que el papel moneda se utilizara comúnmente en Europa.

Pese a algunas asperezas, el Kan era en muchos aspectos un déspota bastante benévolo. Si el hambre o la peste afligían cualquier parte de su imperio, suministraba granos y ganado de los bienes imperiales a las víctimas. Si caía un rayo en un buque mercante, el Kan renunciaba a su parte. Si admiraba la estructura social y econó mica de algún territorio conquistado, la dejaba intacta, como había hecho con China.

Marco Polo no averiguó todo esto en seguida, sino a lo largo de muchos años. Nicolo y Maffeo se establecieron en Kambalik para comerciar, y pocas veces los menciona Marco en el relato de los años que vivieron los tres en China, seguramente porque viajaban mucho.

El avisado joven Polo adoptó en seguida las costumbres tártaras y aprendió a leer y conversar en cuatro idiomas del imperio mongol. Al Kan le impresionaron tanto su inteligencia y logros que decidió poner a prueba el talento mercantil de Marco y lo envió con una misión a China sudoccidental, Birmania y Bengala. "Advirtien de que al Kan le agradaba oír relatos de todo lo que fues nuevo para él", Marco procuró recabar informaciones co rrectas, y anotó todo lo que veía y oía.

Durante los 17 años que Marco permaneció al servici de] Kan, se hizo tan útil que se le encomendaron misione confidenciales a todas partes del imperio y sus dependencias. A veces viajó también por su cuenta, pero siempr con el consentimiento del Gran Kan.

Estas misiones llevaron a Marco por el norte a. Mongo lia, por el sur a Birmania y Bengala, por el oeste a Tíbe y por el oriente a las ciudades de la costa china. Durant tres años fue el agente del Kan en la hermosa ciudad d Kinsai (Hangchow), al sur del río Yangtzé.

Lo mismo que Venecia, Kinsai estaba construida en tre canales, pero sus dimensiones y magnificencia líacía que Venecia pareciera un poblado. Kinsai, inform Marco, tenía 160 kilómetros de circunferencia. Había n menos de 12 000 puentes sobre los canales, y la cali principal, que cruzaba la ciudad de punta a punta, me día 40 pasos de anchura. La calle estaba interrumpid por 10 enormes plazas rodeadas de altas casas y tiendas donde se vendían vinos, especias, joyas y perlas. Dos o tres veces por semana, en cada plaza se reunían unos 50 000 comerciantes y compradores. Marco lo describe así: "Abundan las piezas de caza de todo género, esto es, corzos, ciervos, gamos, liebres, conejos, perdices, faisanes, codornices, gallinas, capones y tantos patos y ocas que no alcanzan las palabras ...

"Hay en todo tiempo, en dichas plazas, toda clase de hierbas y frutas y, sobre todo, unas peras grandísimas que pesan cinco kilos cada una, blancas por dentro como una pasta y olorosísimas. También hay duraznos amarillos y blancos muy delicados... Cada día llega [del mar] gran cantidad de pescado ... y también abunda el del lago ... de diversas clases seoún las estaciones del año."

A Marco Polo le fase¡ naron los baños públicos, de agua sin calentar, adonde los chinos concurrían a diario. Al parecer consideraban los baños de agua fría "muy conducentes a la salud". Sin embargo, también había baños de agua caliente "para los extranjeros, que no soportan la impresión del frío".

Describe también Marco los gremios de artesanos de Kinsai y señala que Kublai Kan no imponía la antigua ley china según la cual todo hombre debía seguir ejerciendo el oficio de su padre: "Cuando adquirían riqueza, se les permitía evitar el trabajo manual, a condición de conservar el establecimiento en buen estado y de dar empleo a personas que practicasen los oficios paternos."

Marco no restringió sus viajes, en modo alguno, a la comodidad y seguridad de las grandes ciudades. Viajó por toda China y probablemente llegó a conocerla mejor que la mayoría de los chinos y que sus dominadores mongoles. Su gira más prolongada fue por las provincias sudoccidentales de Sechuan y Yunnan y por una región que llamó "Tíbet". Al recorrer aquellas comarcas, quedó cautivado por la moneda de sal que circulaba en Tíbet: "Tienen aguas saladas de las que extraen la sal hirviéndolas en sartenes. Luego de hervir una hora se cuajan en una pasta a la que se da forma de panes de dos dineros, planos por debajo y redondeados por encima; y cuando están hechos se ponen sobre ladrillos bien caldeados al fuego, donde se secan y endurecen. En ellas se imprime el sello de] señor. Tales monedas no pueden ser hechas sino por la gente de] señor."

Los viajes eran bastante arriesgados, no sólo por los bandoleros sino por los animales salvajes. Los viajeros obligados a acampar por la noche en despoblado se protegían encendiendo hogueras de bambúes verdes que crecían en la orilla de los ríos. En la lumbre, las cañas a menudo "estallan con grandes detonaciones" que podían oírse a tres kilómetros y ahuyentaban a los animales.

Marco llegó 4 Birmania, región desconocida para los europeos y que sólo fue explorada seis siglos después. En aquella remota zona, Marco vio las cosas más raras: gente que se forraba de oro los dientes, hombres tatuados de pies a cabeza. Se enteró de la singular costumbre de una comarca: "No bien una mujer ha tenido un niño y lo ha lavado y envuelto, el esposo toma su lugar al punto, pone la criatura a su lado y la cuida durante 40 días . . . La mujer amamanta al niño a su lado."

Diez años más viajó Marco Polo por cuenta del Kan, mientras su padre y su tío se enriquecían con la compraventa de joyas. Pero anhelaban volver a ver Venecia. Y Marco explica:

"Cada vez estaban más empeñados en ello, [sobre todo] cuando pensaban en la edad muy avanzada del Gran Kan, cuya muerte, de producirse antes de su partida, podría despojarlos de aquella asistencia general, única con que podrían contar para vencer las dificultades de un viaje tan largo...

"Así que Nicolo Polo aprovechó la ocasión un día, al notar que el Kan estaba más contento que de costumbre;

se postró a sus pies y solicitó, en nombre propio y de su familia, el gracioso permiso de Su Majestad para partir."

Al Kan pareció dolerle. Que pidieran lo que quisieran, respondió; pero, "por la consideración que les tenía, debía decididamente rechazar su petición". Los Polo estaban, de hecho, prisioneros, y de no haber sido por un golpe de suerte, la historia pudo no llegar a saber nunca nada de Marco Polo.

Hacia 1286, llegaron a la corte del Gran Kan en sc>licitud de nueva esposa unos enviados de un pariente de Kublai, Arghyn Kan, gobernante de Persia. Fue escogida una joven de 17 años, "bella y exquisita", ylos enviados partieron con ella por tierra. Cosa de un año más tarde, la caravana reapareció en Kambalik, rechazada por las belicosas tribus del Asia central. Se dio el caso de que Marco acababa de volver de un viaje a las Indias Orientales, y los enviados pidieron a los Polo que los guiaran por mar. Cuando el plan fue expuesto al Gran. Kan, convino a regañadientes en dejar partir a los Polo y les dio cartas dirigidas a los reyes de Europa.

En 1292 zarpó de China una flotilla de 14 barcos que llevaban a centenares de hombres y mujeres, incluyendo

a los tres Polo, a los embajadores de Arghyn Kan y a la joven novia. Siguieron la costa de China hacia el sur, bordearon Vietnam, llegaron a Sumatra, pasaron a Ceilán y la India, y enfilaron al norte hacia Ormuz. La incansable curiosidad de Marco le llevó a describir tierras, pueblos y otros temas de que los europeos hasta entonces no tenían la menor noticia: desde una descripción del rinoceronte (al que llamó unicornio) hasta una favorable biografía de Buda.

Por fin, la flota arribó a Ormuz, en el golfo Pérsico, al mismo puerto en el que los Polo habían decidido no

embarcarse 20 años atrás. La travesía había durado un par de años, y no estuvo libre de molestias y peligros.

Marco habla de unos piratas que obligaban a los merca deres capturados a tomar una purga que les hacía vomitar las joyas que se hubieran tragado para ocultarlas. Muchos de la partida murieron por el camino, pero la voluntad indomable, el vigor y la suerte no abandonaron a los Polo. La joven fue entregada sana y salva, pero Arghyn había muerto, de modo que la casaron con su hijo. Los Polo, lejos aún de su patria, prosiguieron por mar y tierra hasta Constantinopla. Debió de ser un alivio para ellos ir ya de camino hacia Occidente cuando se enteraron de la muerte del Kan en 1294.

En 1295, Marco, Nicolo y Maffeo Polo entraron por fin en el puerto de Venecia, después de una ausencia de 24 años. Al principio nadie los reconoció, pues habían adquirido "cierto matiz tártaro indefinible, tanto en el aspecto como en el acento". Los vecinos contaban que los Polo, para probar sus relatos respecto a las riquezas que habían adquirido y a las muchas que habían contemplado, dieron a los suyos un banquete, al final del cual desgarraron las costuras de las toscas vestimentas que traían de Asia y derramaron sobre la mesa gran cantidad de diamantes, perlas, rubíes, esmeraldas y otras piedras preciosas.

La edad de Marco Polo no excedía en mucho los 40 años, pero apenas se sabe algo de su vida posterior. Debe decirse que nunca volvió a alejarse mucho de Italia. Tres años después de su regreso, fue capturado por los genoveses. Liberado de la cárcel, Marco se casó y tuvo tres hijas. Sin duda, disfrutó de la celebridad que debió a la circulación de su libro, aunque muchos lectores lo acusaron de "contar patrañas".

Cosa singular, al morir en 1324, Marco no era muy rico. Su última voluntad fue que se liberase al sirviente tártaro que había llevado consigo. Inevitablemente, en torno al veneciano y sus viajes se multiplicaron las leyendas. Según unos amigos, alguien preguntó a Marco agonizante si no querría al fin suprimir de su relato "todo lo que fuese más allá de los hechos". Parece ser que él contestó: "No he contado ni la mitad de lo que vi."

Pero Marco Polo no tuvo la culpa de lo mucho que otros debieron de añadir a su libro. Con los años, fue criticado por numerosos errores, on-úsiones y exageraciones; pero no eran nada en comparación con los que aparecían en otros libros de la época. Cualesquiera que fuesen sus limitaciones, sus observaciones eran indiscutiblemente realistas, e influyeron no poco sobre generaciones posteriores de cartógrafos, geógrafos, viajeros y sabios de toda índole. Hasta su errónea localización de Japón entre

China y Europa tuvo su importancia: unos 200 años después, uno de los lectores de Marco Polo se lanzó a buscar una ruta occidental al Oriente, llevando consigo un ejemplar cuidadosamente anotado de los Viajes. Cristóbal Colón no encontró Japón ni China, pero la inspiración que debió a Marco Polo lo llevó a otro mundo nuevo
 
En el otoño de 1298, Marco Polo, prisionero de guerra veneciano de edad mediana, estaba en una cárcel genovesa. Pasaba el tiempo contando un extraordinario viaje que había hecho en otro tiempo. Las noticias sobre su pasado corrieron por Génova y la gente empezó a acudir a la prisión para oírle hablar de las legendarias tierras del gran Kublai Kan , emperador de los mongoles. Salpicaban sus relatos los templos dorados, las minas de rubíes y otras maravillas que había visto en sus viajes por el Oriente, así como los suntuosos palacios y la deslumbrante vida cortesana del Gran Kan, que sobrepujaba en refinamiento y elegancia todo lo conocido en la Europa medieval.

Entre los compañeros de cárcel de Marco estaba un tal Rustichello, escritor profesional de novelas nativo de Pisa. Tan cautivado como los demás con aquellas aventuras, persuadió a Marco de que pidiera a Venecia los libros de notas que había compilado para Kublai. Aprovechando aquellas historias y notas y agregando uno que otro embellecimiento literario de su cosecha,

Rustichello completó un manuscrito sobre los viajes precisamente antes de la liberación de Polo en 1299. Poco despu¿s se hicieron varias traducciones que circularon por Europa. El libro empezó llamándose sencillamente Descripción del mundo, pues no era otra cosa y cubría más comarcas que ninguna otra obra de entonces. Pero no tardó en ser conocido como El libro del millón de maravillas del mundo, porque aludía burlonamente a las grandes cifras que daba Polo al mencionar los ingresos y riquezas del Kan. Aunque hubo muchos lectores incrédulos, la narración de Polo despertó la admiración europea, que duraría siglos, hacia las riquezas y maravillas del fabuloso Lejano Oriente.

En el siglo Xlll, a medida que iba saliendo del aislamiento de la Edad Media, Europa se entregaba con afán a un comercio creciente -aparte de las guerras- en el Cercano Oriente. Su población en rápido aumento y su desarrollo urbano habían incrementado la demanda de bienes, y como los señores feudales desdeñaban el comercio, surgió una nueva clase media de mercaderes en las villas y ciudades. Ninguna más propicia para las empresas comerciales que Venecia, situada de modo ideal en el Adriático, vuelta hacia el este. Fue en aquella ciudad próspera y refinada donde nació Marco Polo en 1254.

Unos meses antes del nacimiento de Marco, su padre Nicolo y su tío Maffeo, mercaderes de joyas, emprendieron un viaje de negocios a Constantinopla. Los años transcurrían, y el comercio impulsaba a los Polo hacia oriente, hasta que llegaron a Bújara, muy adentro de las tierras gobernadas por los mongoles, o tártaros, como los europeos solían llamarlos. Allí pasaron los Polo tres años, temerosos de moverse, ya que la región estaba infestada de partidas de guerreros y de bandidos. Al fin, el enviado de un potentado local invitó a Nicolo y a Maffeo a acompañarlo a la corte de Kublai Kan en China. Los Polo aceptaron el ofrecimiento de aquel sefíor, pues advirtieron en el acto la oportunidad única de emprender el comercio directo con el Lejano Oriente, evitando los intermediarios árabes y persas, y dichosos de salir de Bújara sin problemas.

En 1265, después de un arduo viaje de un año, Nicolo y Maffeo fueron recibidos por Kublai, nieto del gran constructor del imperio, Gengis, y el emperador más poderoso que el mundo hubiera conocido. En los 20 años anteriores los habían precedido otros europeos -mercaderes y frailes- en territorio mongol, pero Nicolo y Maffeo Polo eran los primeros que visitaban China y eran presentados en la corte imperial.

Curioso acerca del mundo entero, Kublai mostró interés en el cristianismo, acaso por razones políticas. Cuando los Polo iban a partir, les pidió que llevaran una carta al Papa, solicitando que enviara 100 sabios sacerdotes a la corte mongol. Invitó cordialmente a los hermanos a que volvieran a China con aquellos hombres y les dio una tablilla de oro inscrita que les garantizaría el retorno seguro a su patria.

En 1269, los Polo estaban de vuelta en Venecia. Sólo entonces supo Nicolo que su esposa había muerto después de dar a luz a un hijo, Marco, al que había encomendado a unos parientes. Marco, con sus 15 años, era un muchacho bueno y listo, y Nicolo decidió llevarlo consigo cuando regresara a la corte de Kublai.

Dos años después, Marco salió por mar de Venecia con su padre y su tío, rumbo a Catay, es decir China, viaje que representa un tercio de vuelta al mundo. En Ayas, puerto al sudeste de Turquía, los Polo organizaron una pequeña caravana con camellos, caballos y servidumbre. Hechos los preparativos, iniciaron la marcha, que habría de poner a prueba su valor y su resistencia física. Ante ellos se dilataba toda Asia.

Los esfuerzos del Papa para satisfacer la solicitud de KubIai habían fracasado: no cien, sino sólo dos frailes se decidieron a unirse a los Polo. Pero ahora, ya en camino, a los religiosos los sobrecogió el pánico y temieron por su seguridad. Fingiéndose enfermos, volvieron atrás y los venecianos siguieron solos.

Marco, joven serio, amante de la naturaleza, empezó a llevar un diario de la expedición. Como tenía habilidad para las cosas prácticas y los negocios, así como una mente impresionable, viva e indagadora, no se extendió acerca de las molestias personales del largo viaje, sino que sólo consignó todo lo que le parecía extraño y maravilloso: "fuentes" de petróleo, exóticas aves de caza, salinas, feroces puerco espines y minas de rubíes, entre otras muchas cosas.

Con la esperanza de evitar las regiones donde los cruzados y los musulmanes seguían peleando, la pequeña caravana se dirigió al norte. Al ir llegando al mar Negro, torcieron al este, pasaron cerca del monte Ararat, donde se creía que había encallado el arca de Noé, y se internaron en las colinas de Georgia. Todo este territorio era familiar a los mercaderes europeos, pero no a Marco, y lo sorprendió la vista de un manantial del que brotaban grandes cantidades de petróleo, un aceite que no se usaba como alimento -añadía-, sino como ungüento para tratar la sarna del hombre y el camello y para quemarlo en lámparas. Los mesopotamios y los persas usaban desde hacía mucho el aceite fósil o petróleo para alumbrarse y calentarse, pero para un europeo medieval aquello era cosa nueva, pues lo mismo que los romanos y los egipcios, empleaban con tales fines el aceite de oliva, menos eficaz.

Los Polo entraron en Irán y se detuvieron en Saba, de donde habían partido los Reyes Magos siguiendo la estrella hacia Belén. Marco oyó contar que sus cuerpos estaban perfectamente preservados en una tumba y trató en vano de averiguar algo más.

Los Polo habían llegado a una región remota y poco accesible, y las incomodidades y riesgos del viaje eran grandes. La caravana apenas recorría de 16 a 30 kilómetros al día, por helados pasos entre montañas, desiertos pedregosos y cuencas de sal ardiente, donde la única agua potable era de un verde bilioso. Al llegar a Kermán, los Polo pensaron continuar a China por mar, de modo que torcieron al sur, hacia Ormuz, puerto del golfo Pérsico. De camino, pasaron por pueblos ocultos detrás de altas paredes de barro para protegerse de los karaunas, notorios merodeadores. De pronto, los karaunas cayeron sobre la caravana en medio de una tempestad de polvo cegadora. Marco relata que aquellos bandidos habían "adquirido el conocimiento de las artes mágicas y diabóliIicas, merced a las cuales producen oscuridad . . . , [de suerte que] las personas no pueden verse unas a otras, de no estar muy cerca". Tuvo la fortuna de escapar, con su padre y su tío, y de dar con un pueblo, pero muchos de sus compañeros fueron "capturados y vendidos, y otros fueron muertos". Marco, con la moderación que lo caracteriza, concluye: "Pasemos ahora a otras cosas."

Por fin, los Polo llegaron a Ormuz, de clima bochornoso, pero les bastó echar una ojeada a las frágiles naves, de planchas "cosidas" con fibras de cocotero, para cambiar de opinión a propósito del viaje por mar, y regresaron a Kermán. Tomaron la Ruta de la Seda, que los condujo a Balj, al norte de Afganistán.

Balj había sido una ciudad de palacios de mármol, capital de la antigua Bactriana, donde Alejandro Magno casó con la hija del rey persa Darío. Pero los venecianos la encontraron convertida en ruinas calcinadas, 50 años después de haber sido arrasada por Gengis Kan.

Los Polo dejaron Balj atrás y pasaron a Badajshán, provincia montañosa al norte del Hindu Kush, donde las mujeres se rellenaban las caderas para aumentar su atractivo, y había minas de rubíes y del mejor lapislázuli del mundo. Marco consigna: "En esta provincia nacen las piedras preciosas llamadas balax, que son bellas y de gran valor. Nacen en las rocas de la montaña . . . El rey la manda horadar sólo para él, y nadie puede ir a esa montaña para buscar los balax, so pena de muerte; tampoco se pueden sacar del país ... porque si el rey permitiera extraerlas, llegarían a abundar tanto que perderían su valor."

La región era también famosa por su clima salubre. "En las cimas de las montañas el aire es tan puro y saludable, que es conocido por restaurar la salud." Marco lo atestiguó por experiencia propia, pues "luego de estar confinado por enfermedad durante casi un aiío en esta comarca", le recomendaron subir a las colinas, y se curó.

Partidos de Badajshán, los Polo cruzaron Cachemira por la meseta de Pamir. Marco habla de "carneros salvajes muy grandes, cuyos cuernos miden sus buenos seis palmos. Con estos cuernos hacen los pastores grandes cuencos para comer". Estos notables animales, llamados carneros de Marco Polo, siguen siendo una caza mayor muy estimada.

Los Polo siguieron su camino por la meseta de 3600 metros de altitud. Está enclavada entre cordilleras tan altas "que no se ven pájaros por las cumbres" y los fuegos "no dan el mismo calor que a menor altura".

De las montañas descendieron al Sinkiang, región templada con oasis verdeantes y calcedonia y jaspe en los lechos de los ríos. Llegados a Lop, se dispusieron a cruzar el sur del desierto de Takla Makan. Según Marco, tcquienes se proponen cruzar el desierto descansan una semana en esta ciudad para cobrar fuerza y disponerse para la jornada, cargando con provisiones para un mes".

"La longitud del desierto es tal, que se dice que llevaría un año o más cabalgar de un cabo al otro. Aquí, donde es más angosto, se tarda un mes en atravesarlo." El desierto de Takla Makan tenía fama de ser morada de espíritus malignos que arrastraban a los viajeros a la destrucción, llamándolos por su nombre y adoptando la

apariencia de sus compañeros. Los Polo tomaron precauciones y cruzaron felizmente un desierto traicionero debido a sus arenas susurrantes y a sus espejismos producidos por las ondas térmicas.

Durante varias semanas bordearon los límites meridionales del desierto de Gobi. Llegaron a Kumul y penetraron en Mongolia, ya al oriente de Asia. Viajaban ahora por regiones habitadas por tártaros. Marco anotaba todo lo que veía, u oía, desde el auténtico origen del amianto (que los europeos medievales creían que era lana de salamandra), hasta una gigantesca estatua yacente de Buda. Realizó asimismo una de las primeras observaciones exactas acerca de los mongoles:

"Los tártaros prósperos se visten con paños de oro y seda, con pieles de cibelina, de armiño y de otros animales, siempre de la manera más rica.

"Son valientes en la batalla, casi hasta la temeridad ... Soportan toda suerte de privaciones, y [si es preciso] pueden vivir un mes entero de la leche de sus yeguas y de las piezas que por azar lleguen a cazar ... Los varones

aprenden a pasar a caballo dos días con sus noches, sin desmontar; así duermen mientras los caballos pacen. No hay pueblo en el mundo que los supere en fortaleza ante las dificultades, ni de mayor paciencia en las penurias de toda especie ...

"Si las circunstancias lo imponen. . ., pueden viajar diez días sin encender una hoguera ni comer como es debido. Se alimentan de la sangre de sus caballos; les abren una vena y beben de sus propias monturas."

Los Polo se acercaban a su destino. Habían recorrido unos 13 000 kilómetros de terreno difícil en los tres años y medio transcurridos desde su salida de Venecia. Advertido de su llegada, el Gran Kan "mandó salir a su encuentro, y dio órdenes para que en todos los lugares por donde pasaran se les proporcionase todo lo necesarios.

Por fin, en el verano de 1275, entraron los Polo en la ciudad mongol de Shangtu. El espléndido palacio veraniego del Kan, de piedra y mármol, ocupaba 41 kilómetros cuadrados de parque, regado por muchos riachuelos y poblado de ciervos y otros animales de caza, que el monarca cazaba con guepardos y halcones. Sentado en un enorme salón dorado, esperaba a los Polo uno de los gobernantes más notables de la historia. Su imperio, el mayor que el mundo ha visto, se dilataba desde Hungría hasta la costa de China. Kublai Kan, que tenía alrededor de 60 años, era un hombre bien constituido, de estatura mediana, con las mejillas encendidas y los ojos "negros y bellos". Su figura, ataviado con una túnica de seda que los bordados de oro atiesaban, era imponente. Cuando Nicolo presentó a Marco como "vuestro servidor y mi hijo", el Kan replicó: "Que sea bien venido, y mucho me complace."

Shangtu era la residencia veraniega del Kan. La capital principal de Kublai estaba a unos 300 kilómetros al sur, en Kambalik (el Pekín actual). Era una ciudad más espléndida que Shangtu, con palacios de mayor magnificencia aún. A fines de agosto, Kublai y su corte volvieron a Kambalik, y los Polo fueron también.

Miembro del séquito del Kan, Marco conoció íntimamente la casa imperial. Kublai vivía con refinada suntuosidad. Había adoptado muchas costumbres chinas y recibía a sus invitados al estilo chino más grandioso. En los banquetes, donde a menudo había miles de comensales, se servían por lo menos 40 platos de carnes y pescados, 20 variedades de verduras, 40 clases de frutas y dulces y enormes cantidades de leche y vino de arroz.

Kublai tenía cuatro esposas legítimas, cada una con una corte de 10 000 personas. Todas ellas tenían el título de emperatrices y en las ceremonias oficiales una de ellas ocupaba un lugar de honor junto al Kan. Kublai tenía además centenares de concubinas, y cada par de años adquiría 30 ó 40 más. Marco se enteró de que eran cuidadosamente seleccionadas en cuanto a belleza, y observó que "duermen tranquilamente, no roncan, tienen aliento dulce y están libres de olores desagradables". Los padres consideraban un honor que sus hijas fueran elegidas, pues muchas veces el Kan daba sus concubinas por esposas a los nobles de la corte.

También servía al Kan un cuerpo de diabólicos astrólogos. Marco Polo se refiere a ellos con gran desaproba ción: "Se muestran en un estado sucio e indecente Por añadidura, son adictos a la horrenda práctica de asar y devorar el cuerpo de los condenados a muerte Tan peritos son en su infernal arte, que puede decirse que hacen lo que quieren, y mencionaré un caso, aunque se sale de los límites de lo creíble. Cuando el Gran Kan está comiendo en su salón la mesa que hay en el centro se halla a una altura de ocho codos*, y a cierta distancia hay un aparador grande, donde están dispuestas todas las vasijas para beber. Pues bien, por obra de su arte sobrenatural, hacen que las vasijas de vino, leche o cualquier otra bebida llenen las tazas espontáneamente, sin que las toquen los sirvientes y las copas recorren por el aire diez pasos hasta la mano del Gran Kan. Cuando las ha apurado, regresan al lugar de donde vinieron.

Aquellos brujos de quienes se contaba que controlaban el estado atmosférico, impresionaban tanto al Kan, que dijo a los Polo que el cristianismo no le interesaría a menos que contara con análogos hacedores de milagros.

Igualmente mágica, para ojos occidentales, era la administración del vasto imperio del Kan. Sus 34 provincias estaban gobernadas por 12 barones responsables sólo ante el Kan. Un complejo sistema de cómodas postas, separadas por unos 40 kilómetros, con caballos veloces y ligeros, enlazaba las provincias con la capital y aseguraba que las órdenes del Kan fuesen prontamente ejecutadas. La red de comunicaciones era tan eficiente que un mismo correo llegaba a recorrer 400 kilómetros en un día, y "en la estación de las frutas, lo que es recolectado por la mañana en Kambalik, le llega a la tarde del día siguiente al Gran Kan en Shangtu, aunque la distancia suele considerarse de diez jornadas".

Los viajeros no tenían dificultades con la moneda en la mayor parte del imperio. Los billetes impresos en la casa de moneda del Kan en Kambalik eran aceptados por doquier, salvo en el lejano sur y el lejano oeste del imperio. Marco Polo describió cómo unos artesanos hacían los billetes: "Toman la membrana que hay entre la corteza y el tronco. Remojada y machacada en un mortero hasta quedar reducida a pulpa, se hace con ella un papel. Lo hacen cortar en trozos de varios tamaños, casi cuadrados. . . El funcionario principal, después de mojar en bermellón el sello real, sella cada trozo de papel ... La falsificación es castigada con la pena de muerte." Transcurrirían 600 años antes de que el papel moneda se utilizara comúnmente en Europa.

Pese a algunas asperezas, el Kan era en muchos aspectos un déspota bastante benévolo. Si el hambre o la peste afligían cualquier parte de su imperio, suministraba granos y ganado de los bienes imperiales a las víctimas. Si caía un rayo en un buque mercante, el Kan renunciaba a su parte. Si admiraba la estructura social y econó mica de algún territorio conquistado, la dejaba intacta, como había hecho con China.

Marco Polo no averiguó todo esto en seguida, sino a lo largo de muchos años. Nicolo y Maffeo se establecieron en Kambalik para comerciar, y pocas veces los menciona Marco en el relato de los años que vivieron los tres en China, seguramente porque viajaban mucho.

El avisado joven Polo adoptó en seguida las costumbres tártaras y aprendió a leer y conversar en cuatro idiomas del imperio mongol. Al Kan le impresionaron tanto su inteligencia y logros que decidió poner a prueba el talento mercantil de Marco y lo envió con una misión a China sudoccidental, Birmania y Bengala. "Advirtien de que al Kan le agradaba oír relatos de todo lo que fues nuevo para él", Marco procuró recabar informaciones co rrectas, y anotó todo lo que veía y oía.

Durante los 17 años que Marco permaneció al servici de] Kan, se hizo tan útil que se le encomendaron misione confidenciales a todas partes del imperio y sus dependencias. A veces viajó también por su cuenta, pero siempr con el consentimiento del Gran Kan.

Estas misiones llevaron a Marco por el norte a. Mongo lia, por el sur a Birmania y Bengala, por el oeste a Tíbe y por el oriente a las ciudades de la costa china. Durant tres años fue el agente del Kan en la hermosa ciudad d Kinsai (Hangchow), al sur del río Yangtzé.

Lo mismo que Venecia, Kinsai estaba construida en tre canales, pero sus dimensiones y magnificencia líacía que Venecia pareciera un poblado. Kinsai, inform Marco, tenía 160 kilómetros de circunferencia. Había n menos de 12 000 puentes sobre los canales, y la cali principal, que cruzaba la ciudad de punta a punta, me día 40 pasos de anchura. La calle estaba interrumpid por 10 enormes plazas rodeadas de altas casas y tiendas donde se vendían vinos, especias, joyas y perlas. Dos o tres veces por semana, en cada plaza se reunían unos 50 000 comerciantes y compradores. Marco lo describe así: "Abundan las piezas de caza de todo género, esto es, corzos, ciervos, gamos, liebres, conejos, perdices, faisanes, codornices, gallinas, capones y tantos patos y ocas que no alcanzan las palabras ...

"Hay en todo tiempo, en dichas plazas, toda clase de hierbas y frutas y, sobre todo, unas peras grandísimas que pesan cinco kilos cada una, blancas por dentro como una pasta y olorosísimas. También hay duraznos amarillos y blancos muy delicados... Cada día llega [del mar] gran cantidad de pescado ... y también abunda el del lago ... de diversas clases seoún las estaciones del año."

A Marco Polo le fase¡ naron los baños públicos, de agua sin calentar, adonde los chinos concurrían a diario. Al parecer consideraban los baños de agua fría "muy conducentes a la salud". Sin embargo, también había baños de agua caliente "para los extranjeros, que no soportan la impresión del frío".

Describe también Marco los gremios de artesanos de Kinsai y señala que Kublai Kan no imponía la antigua ley china según la cual todo hombre debía seguir ejerciendo el oficio de su padre: "Cuando adquirían riqueza, se les permitía evitar el trabajo manual, a condición de conservar el establecimiento en buen estado y de dar empleo a personas que practicasen los oficios paternos."

Marco no restringió sus viajes, en modo alguno, a la comodidad y seguridad de las grandes ciudades. Viajó por toda China y probablemente llegó a conocerla mejor que la mayoría de los chinos y que sus dominadores mongoles. Su gira más prolongada fue por las provincias sudoccidentales de Sechuan y Yunnan y por una región que llamó "Tíbet". Al recorrer aquellas comarcas, quedó cautivado por la moneda de sal que circulaba en Tíbet: "Tienen aguas saladas de las que extraen la sal hirviéndolas en sartenes. Luego de hervir una hora se cuajan en una pasta a la que se da forma de panes de dos dineros, planos por debajo y redondeados por encima; y cuando están hechos se ponen sobre ladrillos bien caldeados al fuego, donde se secan y endurecen. En ellas se imprime el sello de] señor. Tales monedas no pueden ser hechas sino por la gente de] señor."

Los viajes eran bastante arriesgados, no sólo por los bandoleros sino por los animales salvajes. Los viajeros obligados a acampar por la noche en despoblado se protegían encendiendo hogueras de bambúes verdes que crecían en la orilla de los ríos. En la lumbre, las cañas a menudo "estallan con grandes detonaciones" que podían oírse a tres kilómetros y ahuyentaban a los animales.

Marco llegó 4 Birmania, región desconocida para los europeos y que sólo fue explorada seis siglos después. En aquella remota zona, Marco vio las cosas más raras: gente que se forraba de oro los dientes, hombres tatuados de pies a cabeza. Se enteró de la singular costumbre de una comarca: "No bien una mujer ha tenido un niño y lo ha lavado y envuelto, el esposo toma su lugar al punto, pone la criatura a su lado y la cuida durante 40 días . . . La mujer amamanta al niño a su lado."

Diez años más viajó Marco Polo por cuenta del Kan, mientras su padre y su tío se enriquecían con la compraventa de joyas. Pero anhelaban volver a ver Venecia. Y Marco explica:

"Cada vez estaban más empeñados en ello, [sobre todo] cuando pensaban en la edad muy avanzada del Gran Kan, cuya muerte, de producirse antes de su partida, podría despojarlos de aquella asistencia general, única con que podrían contar para vencer las dificultades de un viaje tan largo...

"Así que Nicolo Polo aprovechó la ocasión un día, al notar que el Kan estaba más contento que de costumbre;

se postró a sus pies y solicitó, en nombre propio y de su familia, el gracioso permiso de Su Majestad para partir."

Al Kan pareció dolerle. Que pidieran lo que quisieran, respondió; pero, "por la consideración que les tenía, debía decididamente rechazar su petición". Los Polo estaban, de hecho, prisioneros, y de no haber sido por un golpe de suerte, la historia pudo no llegar a saber nunca nada de Marco Polo.

Hacia 1286, llegaron a la corte del Gran Kan en sc>licitud de nueva esposa unos enviados de un pariente de Kublai, Arghyn Kan, gobernante de Persia. Fue escogida una joven de 17 años, "bella y exquisita", ylos enviados partieron con ella por tierra. Cosa de un año más tarde, la caravana reapareció en Kambalik, rechazada por las belicosas tribus del Asia central. Se dio el caso de que Marco acababa de volver de un viaje a las Indias Orientales, y los enviados pidieron a los Polo que los guiaran por mar. Cuando el plan fue expuesto al Gran. Kan, convino a regañadientes en dejar partir a los Polo y les dio cartas dirigidas a los reyes de Europa.

En 1292 zarpó de China una flotilla de 14 barcos que llevaban a centenares de hombres y mujeres, incluyendo

a los tres Polo, a los embajadores de Arghyn Kan y a la joven novia. Siguieron la costa de China hacia el sur, bordearon Vietnam, llegaron a Sumatra, pasaron a Ceilán y la India, y enfilaron al norte hacia Ormuz. La incansable curiosidad de Marco le llevó a describir tierras, pueblos y otros temas de que los europeos hasta entonces no tenían la menor noticia: desde una descripción del rinoceronte (al que llamó unicornio) hasta una favorable biografía de Buda.

Por fin, la flota arribó a Ormuz, en el golfo Pérsico, al mismo puerto en el que los Polo habían decidido no

embarcarse 20 años atrás. La travesía había durado un par de años, y no estuvo libre de molestias y peligros.

Marco habla de unos piratas que obligaban a los merca deres capturados a tomar una purga que les hacía vomitar las joyas que se hubieran tragado para ocultarlas. Muchos de la partida murieron por el camino, pero la voluntad indomable, el vigor y la suerte no abandonaron a los Polo. La joven fue entregada sana y salva, pero Arghyn había muerto, de modo que la casaron con su hijo. Los Polo, lejos aún de su patria, prosiguieron por mar y tierra hasta Constantinopla. Debió de ser un alivio para ellos ir ya de camino hacia Occidente cuando se enteraron de la muerte del Kan en 1294.

En 1295, Marco, Nicolo y Maffeo Polo entraron por fin en el puerto de Venecia, después de una ausencia de 24 años. Al principio nadie los reconoció, pues habían adquirido "cierto matiz tártaro indefinible, tanto en el aspecto como en el acento". Los vecinos contaban que los Polo, para probar sus relatos respecto a las riquezas que habían adquirido y a las muchas que habían contemplado, dieron a los suyos un banquete, al final del cual desgarraron las costuras de las toscas vestimentas que traían de Asia y derramaron sobre la mesa gran cantidad de diamantes, perlas, rubíes, esmeraldas y otras piedras preciosas.

La edad de Marco Polo no excedía en mucho los 40 años, pero apenas se sabe algo de su vida posterior. Debe decirse que nunca volvió a alejarse mucho de Italia. Tres años después de su regreso, fue capturado por los genoveses. Liberado de la cárcel, Marco se casó y tuvo tres hijas. Sin duda, disfrutó de la celebridad que debió a la circulación de su libro, aunque muchos lectores lo acusaron de "contar patrañas".

Cosa singular, al morir en 1324, Marco no era muy rico. Su última voluntad fue que se liberase al sirviente tártaro que había llevado consigo. Inevitablemente, en torno al veneciano y sus viajes se multiplicaron las leyendas. Según unos amigos, alguien preguntó a Marco agonizante si no querría al fin suprimir de su relato "todo lo que fuese más allá de los hechos". Parece ser que él contestó: "No he contado ni la mitad de lo que vi."

Pero Marco Polo no tuvo la culpa de lo mucho que otros debieron de añadir a su libro. Con los años, fue criticado por numerosos errores, on-úsiones y exageraciones; pero no eran nada en comparación con los que aparecían en otros libros de la época. Cualesquiera que fuesen sus limitaciones, sus observaciones eran indiscutiblemente realistas, e influyeron no poco sobre generaciones posteriores de cartógrafos, geógrafos, viajeros y sabios de toda índole. Hasta su errónea localización de Japón entre

China y Europa tuvo su importancia: unos 200 años después, uno de los lectores de Marco Polo se lanzó a buscar una ruta occidental al Oriente, llevando consigo un ejemplar cuidadosamente anotado de los Viajes. Cristóbal Colón no encontró Japón ni China, pero la inspiración que debió a Marco Polo lo llevó a otro mundo nuevo
 
¿Mendigos chic?
 
¿Gauche divine?
 
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