Rafapal: periodismo planetario

En el año 1995, después de pasar un trimestre con los mayas guatemaltecos que cambió mi vida, hice un pequeño viaje por ese país, que me llevó a un pequeño pueblo del Caribe, llamado Livingstone. En medio de la cultura indígena maya, la población garífona de Centroamérica, daría para mucho que hablar pero lo interesante es que recalé en ese enclave a donde solo se podía llegar en barca, con tantos negros como en Jamaica pero en medio de un país netamente “indio”. Un lugar peligroso, “no deberías ir allí”, me decían.
Bueno, pues allí pasé una semanita, en uno de los lugares más increíbles en los que he estado en toda mi vida. Eso sí, hasta allí había llegado la droga, especialmente, el crack, que estaba haciendo estragos por aquella época.
Un paisano que conocí me contó que hasta hacía poquísimo tiempo allí no conocían lo que era la droga; se emborrachaban con su ron.
-¿Y cómo llegó hasta allí, que no hay carretera ni un puerto en condiciones?
Y me contó la historia.
Resulta que solo unos pocos años antes de que yo llegara por allí, un buen día aterrizó una avioneta en la cochambrosa pista que había al lado del cementerio (¡tendríais que verla!). Bueno, pues la avioneta estaba allí y los pilotos habían desaparecido, y allí no venía nadie, y a unos chicos se les ocurrió abrir la puerta, para ver qué había, y encontraron unos fardos, y los abrieron, y encontraron una cosa blanca que se deshacía fácilmente, y se les ocurrió probarla y después, metieron la cabeza… y se empezó a correr la voz, y las orondas matronas negras llegaban con baldes, y los hombres, con pucheros, las ancianas, los niños, todos disfrutaban del polvo blanco… y así durante una semana de fiesta como nunca habían vivido, en la que la gente, los aldeanos sin conocimiento del mundo exterior, paseaban con goterones de sangre que se les salía por la nariz y hacían las más grandes locuras que se hubieran vivido en ese pueblo salido de una novela de García Márquez.
Pasó una semana.
Pasó otra semana.
Pasó un mes y al siguiente mes, apareció otra avioneta.
De ella salieron unas personas malencaradas con gafas de sol y metralletas que se dedicaron a buscar el cargamento que, al parecer, les pertenecía.
La gente no salía de sus casas.
Poco tiempo después, Livingstone se convirtió en un paso obligado para la cocaína colombiana en ruta hacia los Estados Unidos. Primero crearon la adicción y después, la ruta comercial. Esta experiencia me hizo relacionar lo que me contaron con la entrada de la droga en mi país, España.
Un amigo granadino, que en aquella época era adolescente, me contó cómo llegó la heroína a España. Fue inmediatamente después de la llegada de la democracia (1976-77).
-Nadie sabía lo que era eso. Apareció de la noche a la mañana. Había por todos lados. La podías comprar baratísima. Parecía que nos la habían puesto allí, para que nos engancháramos.
Y así fue, miles de jóvenes españoles se engancharon y murieron por la heroína durante los años ochenta. Por aquella época, yo estaba todo el día en la calle, con mis amigos, algunos, a un paso de la delincuencia. Ninguno de los más cercanos se enganchó a la heroína (para eso estaba el hachís) pero sí algunos conocidos.
Tiempo después, a finales de los ochenta, llegaría la cocaína. Primero fue una droga de ricos, y después, al contrario que “el caballo”, una droga de “ganadores”. Eso sí, el “ganador” podía ser un estudiante, un parado, un camarero, un carnicero, un publicista, un político o un médico. Todos compartían su afición por la euforia; la heroína era para “mataos” pero la coca, para triunfadores.
Casi al mismo tiempo que la coca, se extendieron las pastillas, muy de la mano de la música electrónica. Recuerdo la primera vez que me hablaron de la música “bakalao”, allá por el 88, más o menos. Parecía que te regalaban las pastillas cuando entrabas en una de esas discotecas. Otra generación a la mierda.
Hace ya tiempo que me di cuenta de que es materialmente imposible que la droga se mueva en el mundo sin que las personas que manejan los satélites, lo sepan. El GPS es una herramienta inventada hace al menos 20 años, luego no nos podemos creer que el comercio de la droga en todo el mundo no esté dirigido por los mismos que dicen controlarlo. Las pruebas las tiene Michael Ruppert, más abajo.
El otro día, mi amigo Gustavo (un musicazo), me dice:
-¿Tú te crees que el Estado puede ignorar quién está moviendo una industria que produce tantos miles de millones?
Y razonamos los dos al unísono:
-Si el Estado imprime el dinero y hace falta imprimir más billetes porque se está generando un negocio que mueve un tanto por ciento elevado del producto interior bruto, ¿alguien puede creerse que no sepan quien lo está manejando? ¿Y los bancos, tampoco lo saben?
PD 1: Un día leí que el hachís representaba un tercio de las exportaciones de Marruecos.
PD 2: El ex agente de la policía de Los Angeles, Michael Ruppert, ha demostrado que la lucha entre los carteles de Cali y Medellín, fue, en realidad, una batalla entre los partidos demócrata y republicano de los Estados Unidos, que controlaban y apoyaban a ambos carteles.
Sobre cómo la droga que entró en el aeropuerto de MENA, Arkansas, llevó a Clinton al poder: