martes, julio 18, 2006
Crónica desde Beirut
Esta crónica me la envía una amiga colombiana de, a su vez, otra amiga que vive en Beirut. Lo que no te cuenta la tele.
Beirut, Líbano: 17 de julio de 2006
En otras circunstancias el ruido de los motores de los aviones significaría solamente pasajeros que van y vienen. En las actuales condiciones, para El Líbano, significa muerte y destrucción. Los aviones de combate y los bombarderos israelíes circunvolucionan el espacio aéreo libanés permanentemente, sin preocuparse por ser alcanzados, pues el ejercito de este país no posee medios militares sofisticados que se necesitarían para hacerlo. Giran indisturbados hasta seguramente recibir la orden de atacar este u otro objetivo: puertos y aeropuertos, puentes y carreteras.
Imperturbada, la maquinaria de guerra israelí cumple su misión con la prepotencia de ser el lado más poderoso en esta asimetría guerrera. Con una mayor capacidad tecnológica, a no dudar asistida además por los EE.UU., Israel continúa su tarea de destrucción masiva.
Cuando los medios internacionales describen que está siendo bombardeado el “enclave” o bastión de Hezbolá en la zona sur de Beirut, omiten que se trata del área más densamente poblada de la capital; y si bien está mayormente habitada por musulmanes shiitas, se trata, no solamente de combatientes de esta organización -- hasta ahora no se ha reportado la muerte de ninguno – sino de mujeres, niños y ancianos que mueren bajo las bombas de los aviones y de los barcos israelíes en medio de los escombros de sus viviendas.
La infraestructura de TODO el país sigue siendo blanco del ataque israelí en una suerte de “castigo colectivo” sancionado por el derecho internacional: estaciones de gasolina, escuelas y viviendas son atacados, martirizando sin distinción a TODOS los habitantes del país. “Destruido el Cuartel General de Hezbolá en Beirut” proclama la prensa internacional, mientras los militantes de la organización combaten quién sabe donde en el Sur del Líbano y la población civil de sus alrededores cae bajo el ímpetu de la artillería israelí.
El líder de Hezbolá Hassan Nasrallah continúa desafiante amenazando a Israel con “la guerra total” y cada cohete Katyusha que cae en territorio israelí, provoca una respuesta asimétrica, exagerada, en la más pura tradición antiguo-testamentaria.
La comunidad internacional -- digamos el G8 --, reunida ayer en San Petersburgo, más preocupada por los altos precios petroleros empujados por la crisis que por las victimas civiles y los estragos que provoca, condena a los “extremistas” y exige un acuerdo. Fría y desinteresada conclusión de este cónclave del cual se esperaba una respuesta más contundente al conflicto y cuyo comunicado final ha sido “depurado” para no herir las susceptibilidades de ninguna de las partes.
Por su parte, los “hermanos” árabes siguen deliberando sin ponerse de acuerdo y Arabia Saudita promete cincuenta millones de dólares para la eventual reconstrucción del Líbano, cantidad comparable a la de sólo un día de sus ganancias petroleras!
¿Puede el jeque Nasrallah dar marcha atrás y devolver los dos soldados israelíes capturados? Difícilmente, sin perder autoridad y credibilidad frente a sus seguidores dentro y fuera del Líbano. ¿Devolverá Israel, a cambio de los dos soldados, los presos libaneses (¿miles?) actualmente en las prisiones israelíes? Difícilmente, pues debe justificarlo ante su pueblo que ya ha satanizado a Hezbolá como la fuerza terrorista más peligrosa de la región y que espera que esta sea la oportunidad para exterminarla, según dijo ayer el vice-PM Shimón Peres.
Como vemos, es un juego de voluntades y de intereses políticos que se perpetúa mientras continúa esta guerra asimétrica: alta tecnología militar por un lado, un grupo fanatizado y fuertemente ideologizado por el otro, con su secuela de muertes en su gran mayoría civiles apresados en medio del fuego cruzado del extremismo.
Nelcen Valera
Beirut, Líbano: 17 de julio de 2006
En otras circunstancias el ruido de los motores de los aviones significaría solamente pasajeros que van y vienen. En las actuales condiciones, para El Líbano, significa muerte y destrucción. Los aviones de combate y los bombarderos israelíes circunvolucionan el espacio aéreo libanés permanentemente, sin preocuparse por ser alcanzados, pues el ejercito de este país no posee medios militares sofisticados que se necesitarían para hacerlo. Giran indisturbados hasta seguramente recibir la orden de atacar este u otro objetivo: puertos y aeropuertos, puentes y carreteras.
Imperturbada, la maquinaria de guerra israelí cumple su misión con la prepotencia de ser el lado más poderoso en esta asimetría guerrera. Con una mayor capacidad tecnológica, a no dudar asistida además por los EE.UU., Israel continúa su tarea de destrucción masiva.
Cuando los medios internacionales describen que está siendo bombardeado el “enclave” o bastión de Hezbolá en la zona sur de Beirut, omiten que se trata del área más densamente poblada de la capital; y si bien está mayormente habitada por musulmanes shiitas, se trata, no solamente de combatientes de esta organización -- hasta ahora no se ha reportado la muerte de ninguno – sino de mujeres, niños y ancianos que mueren bajo las bombas de los aviones y de los barcos israelíes en medio de los escombros de sus viviendas.
La infraestructura de TODO el país sigue siendo blanco del ataque israelí en una suerte de “castigo colectivo” sancionado por el derecho internacional: estaciones de gasolina, escuelas y viviendas son atacados, martirizando sin distinción a TODOS los habitantes del país. “Destruido el Cuartel General de Hezbolá en Beirut” proclama la prensa internacional, mientras los militantes de la organización combaten quién sabe donde en el Sur del Líbano y la población civil de sus alrededores cae bajo el ímpetu de la artillería israelí.
El líder de Hezbolá Hassan Nasrallah continúa desafiante amenazando a Israel con “la guerra total” y cada cohete Katyusha que cae en territorio israelí, provoca una respuesta asimétrica, exagerada, en la más pura tradición antiguo-testamentaria.
La comunidad internacional -- digamos el G8 --, reunida ayer en San Petersburgo, más preocupada por los altos precios petroleros empujados por la crisis que por las victimas civiles y los estragos que provoca, condena a los “extremistas” y exige un acuerdo. Fría y desinteresada conclusión de este cónclave del cual se esperaba una respuesta más contundente al conflicto y cuyo comunicado final ha sido “depurado” para no herir las susceptibilidades de ninguna de las partes.
Por su parte, los “hermanos” árabes siguen deliberando sin ponerse de acuerdo y Arabia Saudita promete cincuenta millones de dólares para la eventual reconstrucción del Líbano, cantidad comparable a la de sólo un día de sus ganancias petroleras!
¿Puede el jeque Nasrallah dar marcha atrás y devolver los dos soldados israelíes capturados? Difícilmente, sin perder autoridad y credibilidad frente a sus seguidores dentro y fuera del Líbano. ¿Devolverá Israel, a cambio de los dos soldados, los presos libaneses (¿miles?) actualmente en las prisiones israelíes? Difícilmente, pues debe justificarlo ante su pueblo que ya ha satanizado a Hezbolá como la fuerza terrorista más peligrosa de la región y que espera que esta sea la oportunidad para exterminarla, según dijo ayer el vice-PM Shimón Peres.
Como vemos, es un juego de voluntades y de intereses políticos que se perpetúa mientras continúa esta guerra asimétrica: alta tecnología militar por un lado, un grupo fanatizado y fuertemente ideologizado por el otro, con su secuela de muertes en su gran mayoría civiles apresados en medio del fuego cruzado del extremismo.
Nelcen Valera