miércoles, abril 12, 2006
El fracaso de la medicina convencional con el cáncer
Cada año mueren de cáncer en España ¡100.000 personas! sólo en los hospitales, es decir, sin contar a quienes se envía a morir a casa. Mariano Barbacid ha llegado a asegurar que uno de cada cuatro españoles fallecerá por causa de esa enfermedad. La Quimioterapia y la Radioterapia han demostrado no sólo ser inútiles -absolutamente ningún fármaco quimioterápico cura el cáncer- sino que se trata de terapias muy peligrosas. De hecho, numerosos expertos afirman ya que la calidad de vida y el grado de supervivencia es mayor entre quienes no se someten a los tratamientos oncológicos. Aunque lo más grave es que hay terapias mucho más eficaces que las oficialmente bendecidas... pero esa información se oculta al ciudadano.
Bien amigos, la situación actual del cáncer en España -y las cifras pueden extrapolarse al resto del mundo- es ésta: la mitad de la población padecerá la enfermedad. Y de ellos, el 50% morirá. Es decir, uno de cada cuatro españoles fallecerá de cáncer. No lo decimos nosotros, por supuesto; no se trata de una exageración periodística. Quien así lo afirmó hace apenas año y medio fue el director del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas Mariano Barbacid, máximo responsable de la investigación oficial sobre esta enfermedad en España. (....)
Hagamos ucronía. Imaginen que un científico inventa un material -quizás ya exista en realidad- que hace imperecederas las hojas de las maquinillas de afeitar manuales. O imaginen que alguien crea un cepillo de dientes cuyas púas y el mango permanecen inalterados e impecables con el paso de los años. O que alguien inventa una tela para camisas o jerseys que dura eternamente sin sufrir daño alguno. O que se inventa un motor que funciona con agua u otro combustible sin apenas valor por su abundancia. ¿Alguno de ustedes cree que se iba a comercializar? Las empresas fabricantes, por supuesto, estarían dispuestas a comprar de inmediato tales inventos al precio que fuera... pero no para comercializarlos sino para encerrarlos bajo llave y que jamás se usen. Porque el negocio verdaderamente rentable consiste en vender un producto una y otra vez... de manera indefinida.
Bueno, pues exactamente lo mismo ocurre en el ámbito de la salud. A la gran industria farmacéutica que controla los sistemas sanitarios de todo el mundo no les interesan los productos curativos. Y cuando se entera de que existe alguno se plantea de inmediato comprarlo... para evitar que se comercialice. Algo que a veces no consiguen pero entonces utilizan todas sus influencias y resortes para que el producto no se apruebe legalmente. Y cuando eso no es posible se desprestigia para que no se crea en él. Eso es lo que ha pasado -y pasa- con algunos productos. Son los casos del conocido Bio-Bac y del Ukrain.
En otras ocasiones, sin embargo, se permite que se hable de ellos. Y que salgan a la calle. Es una estrategia que permite usar ese hecho como argumento para negar lo antes denunciado. Sólo que luego se ponen todo tipo de impedimentos o se dificulta su conocimiento entre el público. Y, por supuesto, a los profesionales sanitarios -médicos y oncólogos- se les hace creer que su eficacia es mucho menor de la real. Algunos de los productos de los que va a hablarse en este congreso pueden encuadrarse en ese ámbito de actuación.
Y ustedes dirán: bueno, los productos quimioterápicos actuales y la radioterapia consiguen muy buenos resultados. Los medios de comunicación dan últimamente a menudo esperanzadoras noticias sobre los avances científicos en la investigación sobre cáncer. Y los resultados actuales con ellos son excelentes. Mucho mejores que hace unos años. Lo repiten con frecuencia los representantes de los grandes laboratorios y las autoridades médicas y sanitarias.
¿O no?
Bueno, pues no. En la curación del cáncer no se ha avanzado prácticamente nada en las últimas décadas. Las frías cifras de muerte por cáncer publicadas anualmente por el Instituto Nacional de Estadística (INE) y que ustedes pueden consultar en Internet son contundentes. En las últimas décadas, a pesar de la propaganda de las farmacéuticas sobre los estupendos porcentajes de curación obtenidos en los distintos "tipos de cáncer", el número de fallecidos por esa enfermedad no ha dejado de aumentar en todo el mundo, incluido nuestro país. Cada año mueren más españoles de cáncer que el anterior. Indefectiblemente. Luego los porcentajes de curación alegados son falsos. Algo que es posible porque -¡asómbrense!- no existen en España -ni en los demás países del mundo- estadísticas fiables de las curaciones. La razón es simple: los oncólogos sólo siguen el estado de los enfermos de cáncer durante cinco años. A partir de ahí todo superviviente pasa a engrosar la estadística de "curaciones clínicas." Aunque se muera al día siguiente. A los cinco años y un día. Esa persona, fallecida un día después -o un mes o tres años, no importa- estadísticamente está "clínicamente curado". Una falacia que es posible porque el sistema se ha encargado de que nadie controle a partir de entonces a esos pacientes. Nadie sigue su evolución. No interesa. La mentira se descubriría de inmediato.
Obviamente, hubo investigadores que se dieron cuenta y lo denunciaron. Sus libros están ahí...sólo que nadie los lee. La gran industria se ha ocupado de que no se hable de ellos para que no se conozcan. Es, por ejemplo, el caso del cirujano alemán Werner E. Loecke quien hace ya varios años denunció toda esta manipulación en su libro Krebs-Alarm. Según él, la explicación a los aparentes éxitos de algunos fármacos es sencilla: los manipuladores de las estadísticas "corrieron hacia delante los límites de los estadios clásicos del cáncer" Dicho de otra forma, lo que hoy día se diagnostica como "estadio I" de la enfermedad -un cáncer en su fase inicial- no se podía siquiera descubrir años antes. En esa época todas las personas enfermas con "tumores malignos" pero indetectables se consideraban sanas. Y, obviamente, si a uno se le detecta el cáncer mucho antes, cuando el tumor es aún diminuto, las posibilidades de superar los cinco años de sobrevivencia -la barrera mágica de los oncólogos que permite alardear de que los tratamientos ortodoxos sirven para algo- son mucho mayores. Es evidente que no es lo mismo superar ese lustro cuando se detecta el tumor teniendo ya dos o tres centímetros que cuando se detecta cuando sólo tiene dos o tres milímetros. Se gana un tiempo precioso... para que el enfermo engorde la estadística de pacientes de cáncer tratados y "curados clínicamente".
¿Se entiende ahora por qué es tan "importante" un diagnóstico precoz? Pues es simple: no lo es porque eso implique que el paciente tenga más probabilidades de curarse. Cuando no se sabe cómo curar un cáncer el hecho de que se empiece a tratar al enfermo cuando el tumor tiene tres milímetros o tres centímetros es indiferente. El enfermo se morirá de todas formas. Pero para los manipuladores de estadísticas no es lo mismo presumir de que la persona ha vivido más de cinco años que reconocer que se les muere a los dos. Así que es importante concienciar a la
Esto agrava la falta de ética que supone dar a los enfermos fármacos cuando se sabe de ellos que no sólo no curan el cáncer sino que encima provocan graves daños en el organismo. Hoy puede afirmarse con rotundidad que la mayoría de los fármacos legalmente aprobados y que, para mayor escarnio, sufraga el estado no sólo no ayudan al enfermo a sanar o a detener el avance de la enfermedad sino que le hacen además empeorar. Hasta el punto de que hoy día cada vez más médicos -oncólogos incluidos- empiezan a darse cuenta de que sobreviven más años y con mejor calidad de vida los pacientes que no se someten a ningún tratamiento que quienes reciben tratamientos quimioterápicos o radioterápicos. Y esto ya es de una gravedad extrema.
La gran industria intenta a pesar de todo vendernos la especie de que sí hay resultados, de que hay numerosas curaciones "reales". Y lo hace asegurando que la razón de que el número de muertos por cáncer aumente año tras año desde hace décadas se debe a que la masa de población ha aumentado y además vivimos más años. Por supuesto, mienten de nuevo. ¿O es que alguien se cree que en los últimos 50 años la expectativa del ser humano ha cambiado sustancialmente? ¡Es prácticamente la misma! Y en cuanto a la falacia de que la razón se debe al aumento de población... las propias cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) echan abajo ese argumento. Basta atender a un sólo parámetro: la tasa de mortalidad por cada cien mil habitantes. Ésa no engaña sobre ese punto. Y resulta que el porcentaje de muertes a causa del cáncer por cada cien mil habitantes ¡ha aumentado entre 1991 y 2003 un 20%!
Es más, las frías cifras indican que en España, en 1980, de cada 4 personas que murieron por enfermedad una falleció por cáncer. En el 2000, sin embargo, esa proporción había aumentado de manera que ya entonces, hace cinco años, los fallecidos por cáncer eran uno de cada tres.
Y añadiremos que si en general en todos los países las cosas van mal, el último estudio realizado sobre la situación del cáncer en Europa y publicado hace sólo unas semanas en Annals of Oncology reflejaba una especial preocupación por el hecho de que en España y Portugal no se aprecian tendencias descendentes en la muerte por los cánceres más comunes. Según datos del año 2003 publicados por esa revista las muertes por cáncer en España han aumentado ¡un 41% en 15 años! Un incremento superior ¡en 30 puntos! a la media de la Unión Europea en ese período. Claro que en el ámbito oncológico España no es sino el furgón de cola de un sistema que encabeza Estados Unidos. Y allí las cosas no están mucho mejor.
¿Puede extrañarle a alguien, ante todo esto, que James Watson -premio Nobel de Medicina en 1962, codescubridor de la doble hélice del ADN y durante dos años miembro del Comité Asesor Nacional sobre Cáncer de Estados Unidos-, al serle recabada su opinión sobre el Programa Nacional contra el Cáncer, respondiera rápidamente ¡"Es una mierda!".
Pero sigamos. ¿Saben ustedes cuántas personas enferman en España de cáncer cada año? No se sabe. ¿Cuántas mueren realmente por esa causa? No se sabe. ¿Cuántas fallecen antes de haber transcurrido un año de habérselas descubierto el cáncer? No se sabe. ¿Cuántas sobreviven dos, tres, cuatro, cinco años o más a los tratamientos? No se sabe. ¿Cuál es la eficacia real de los tratamientos, especialmente de los nuevos antitumorales? No se sabe. Pero, bueno, -imaginamos que se preguntarán ustedes-, ¿es que no hay estadísticas a nivel nacional sobre el cáncer? Y la respuesta es NO. ¿Y por qué? Pues porque no interesa. Porque contra las frías cifras no se puede hacer nada, no se pueden difundir mentiras interesadas una y otra vez. El Ministerio de Sanidad y Consumo no tiene datos. La Asociación Española contra el Cáncer y la Asociación Española de Investigación sobre el Cáncer tampoco. Los grandes laboratorios de investigación de fármacos para combatir la "enfermedad", mucho menos. No hay datos fiables de nada. Sólo se controlan ocho o nueve hospitales y luego se extrapolan sus resultados a nivel nacional. El único organismo que tiene datos reales concretos y medianamente fiables en España es el Instituto Nacional de Estadística y se refieren sólo a la morbilidad hospitalaria. Es decir, lo único que de verdad se sabe es cuántas personas mueren en los hospitales a causa del cáncer. Están a disposición de quien quiera consultarlos en Internet. Y esos datos indican que cada año mueren en los hospitales unas 380.000 personas de las que casi 100.000 fallecen a causa de tumores cancerígenos (es decir, ¡como si hubiera 520 atentados terroristas como el del 11 M... cada año!). Una cifra mareante que, encima, no refleja la realidad porque buena parte de los enfermos terminales son enviados a morir a sus casas por los oncólogos "cuando ya no pueden hacer nada por ellos".
En suma, ¿cuántas personas mueren de verdad de cáncer en España si sólo en los hospitales fallecen casi cien mil al año? ¿Un 50% más? ¿El doble? No se sabe. Pero eso sí, se ha avanzado muchísimo en la investigación y tratamiento del cáncer....
(....)
En febrero del 2003 publicamos en Discovery DSALUD una entrevista con la doctora Ghislaine Lanctôt, autora del best seller mundial "La mafia médica", en la que ésta denunciaba abierta y valientemente la corrupción del actual sistema sanitario, "permitida y amparada por médicos y gobiernos en beneficio de las grandes empresas farmacéuticas". Pues bien, hace ya muchos años se publicó otra obra esclarecedora que tenía un título similar: La mafia del cáncer. Escrito por Christian Bachmann, un periodista alemán de investigación, el libro, riguroso y perfectamente documentado, constituye una denuncia brutal -e inatacable- de la práctica oncológica vi
Bachmann explica luego que la práctica totalidad de los medios de comunicación suelen participar "con celo y esmero" en las "campañas de encubrimiento" de la verdad. Y agrega que por eso, por ejemplo, "las grandes y calificadas revistas norteamericanas lograron acallar durante años las palabras del investigador Hardin B. Jones, cuyos trabajos mostraban al desnudo las escandalosas irregularidades que se cometían en las estadísticas del cáncer a fin de maquillar los resultados de los ineficaces tratamientos" de hoy.
Jones -entonces profesor de la Universidad de California- denunció en un seminario celebrado en 1975 ante numerosos periodistas especializados de todo el mundo lo que había descubierto. Según explicó, en las investigaciones para comprobar la eficacia de los fármacos muchos pacientes desahuciados eran colocados en el grupo "testigo" -es decir, en el de aquellos pacientes a los que sólo se les da un placebo y no el tratamiento que se va a probar- con lo que el índice de supervivencia de ese "grupo de control" resultó ser muy bajo. En cambio, en el grupo de personas a las que se iba a administrar el tratamiento no sólo no había nadie desahuciado sino que se incluía en él a quienes tenían ya de por sí mayores posibilidades de sobrevivir. Y, encima, a los enfermos de este segundo grupo que fallecían tempranamente se les excluía del estudio -una vez empezado- para que no se contabilizaran sus muertes con la excusa de que no habían sido tratados "durante el tiempo suficiente" con el tratamiento para ser tenidos en cuenta. En suma, se favorecía desde el principio "de forma engañosa e indecente" al grupo de pacientes asistidos con el producto o tratamiento que se estaba estudiando.
Jones denunció además que desde 1940, debido a la nueva "definición científica" de lo que se consideraba "cáncer", se estaban clasificando como tales tumores de dudosa malignidad. Y aseguró que fue a partir de ese momento cuando creció rápida y espectacularmente la cifra de "curaciones de cáncer". Explicó luego que había comprobado cómo la cifra de "curaciones" conseguida se correspondía precisamente, en todos los estudios revisados, con el porcentaje de "diagnósticos dudosos". En otras palabras: muchos de los que presuntamente se curaban de cáncer... no habían tenido probablemente jamás esa enfermedad.
Pero Jones fue aún mucho más allá. Porque resulta que, una vez corregidas esas "irregularidades" en las estadísticas estudiadas, llegó a la conclusión -como antes adelantamos- de que "la expectativa de vida de los pacientes con cáncer que no fueron tratados parece ser mayor y mejor que la de los que se someten a tratamiento". En suma, según Jones los tratamientos oficiales para el cáncer no sólo no ayudan sino que son peligrosos. O, dicho de otra manera: los enfermos de cáncer que no se someten a ningún tratamiento convencional viven más tiempo y con más calidad de vida que quienes se someten a ellos.
¿Y que pasó con tan increíble revelación? El periodista científico Gary Nuil lo resumió en su momento: "Sólo dos de los centenares de periodistas que asistieron al simposio lograron que tan asombrosa información fuese publicada". Un silencio que se mantuvo en los años siguientes a pesar de que Jones demostró entre 1975 y 1978 -con mayor lujo aún de detalles- que se había utilizado esa misma argucia en otros trabajos. Todos sus hallazgos fueron silenciados sistemáticamente por los medios de comunicación. Hardin B. Jones murió en 1978.
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Lo mejor para el cancer es no tener cancer.
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